Ha despertado como un viejo fantasma la idea falaz de que en este país
sobran periodistas y comunicadores y deberían cerrarse las facultades que los
forman.
Una célebre colega y los miembros de su equipo de trabajo en televisión afrontan ahora la incertidumbre del desempleo, al clausurarse el noticiero en el que actuaban.
Una célebre colega y los miembros de su equipo de trabajo en televisión afrontan ahora la incertidumbre del desempleo, al clausurarse el noticiero en el que actuaban.
El primer argumento que se le ocurrió para defender su proyecto y explicar
los motivos de su repentina cesantía ha sido el de poner otra vez en cuestión
la utilidad y la pertinencia de la profesionalización universitaria, porque a
su modo de ver hay demasiados periodistas y salen mal preparados de las aulas.
Que haya abundancia de periodistas es una afirmación exagerada. Así haya
numerosas facultades en el país, tal vez medio centenar, se concentran en las
capitales y en las principales ciudades intermedias. De ellas egresan muchos
nuevos profesionales cada semestre. Pero en una nación con más de mil
municipios, con crecientes necesidades de comunicación pública y privada, en un
proceso de apertura democrática e incremento de las expectativas de información
y orientación, la demanda de comunicadores va en aumento.
No sólo de periodistas convencionales, ni sólo de capitales sino también de
regiones y territorios fronterizos, y formados mediante criterios, métodos y
contenidos que aseguran la integralidad de la profesión, que en términos
sencillos significa la competencia para trabajar en periódicos y noticiarios
tradicionales, y en medios y empresas muy diversos, de variados orígenes y
direcciones y orientados hacia la multimedialidad y la convergencia, conforme
con los criterios globales más avanzados en esta disciplina esencial de las
ciencias sociales.
Además, la creación de empresas y medios independientes, que en forma
progresiva están asegurando nuevas fuentes de financiación, refuerza la
justificación de la demanda de nuevos comunicadores.
No se trata de una formulación ilusoria ni demasiado optimista. Demostrar
que es verdad y que la comunicación seguirá siendo una profesión necesaria, con
acreditación suficiente para obtener valoración social, es una conclusión
compatible con los nuevos desarrollos consecuentes con la llamada Cuarta
Revolución Industrial.
Por supuesto que para garantizar la validez de tales expectativas, es
preciso que las facultades se actualicen, se pongan al ritmo de las realidades y
necesidades de la sociedad y de las exigencias del desarrollo regional en el
campo de la comunicación. Pero en este aspecto es comprobable que están
trabajando.
Les bastaría a los críticos de la formación profesional con aproximarse al
conocimiento de las ideas y las prácticas, los métodos, los planes de estudio,
los propósitos y los objetivos actuales de facultades y universidades, para comprender
que en el ámbito de la educación superior no ha habido descuido, ni
negligencia, salvo algunas excepciones.
Universidades y facultades de comunicación son más pertinentes de lo que se
imaginan algunos colegas despistados, que olvidaron dónde estudiaron, dónde
adquirieron conocimientos, competencias y modos de pensar para trabajar en
medios y empresas y cómo, con todo y su inmenso prestigio y su figuración
fulgurante en la farándula periodística y comunicativa de la capital, necesitan
una dosis mínima de modestia.
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