domingo, 22 de marzo de 2015

El nuevo libro de Gossaín

LA MEMORIA DE UN ESCRITOR
Y REPORTERO VIGENTE

Por Juan José García Posada

Este libro del periodista Juan Gossaín, La memoria del alcatraz, es la confirmación plena de que ni el trabajo exigente en la radio noticiosa, ni la obsesión de muchos años por la misma noticia han causado deterioro en el escritor y su estilo. Hace más de cuatro decenios, Gossaín escribía primero en El Heraldo de Barranquilla y después en El Espectador. Era, ante todo, el cronista imaginativo, que sin sacrificar lo nuclear de la información de actualidad, marcaba la calidad de sus textos con un componente estético propio del narrador que disfruta con la creación de escenarios, el bosquejo de semblanzas de personajes de diversos planos y sin perder el polo a tierra señalado por la constancia del aquí y ahora, inseparable como cualidad, a veces como un mal necesario, del periodismo informativo.

En Gossaín se ha verificado y sostenido a lo largo de los años la dualidad entre el hombre de radio y el hombre de prensa escrita. Por mucho tiempo era la voz que despertaba a millones de oyentes en las madrugadas con el relato de los hechos del amanecer, pero siempre, desde el micrófono, tuvo la habilidad de hacer pausas refrescantes, para dedicar algunos minutos amables al recreo con la anécdota, el chascarrillo, la curiosidad histórica, la referencia a cuestiones que podían apartarse de lo actual pero no carecían de interés y atractivo.

Un periodista humanista no puede concentrarse sólo en la superficialidad y la insustancialidad de la noticia porque se convierte en víctima de los mismos acontecimientos. Muchísimas vocaciones se han malogrado cuando la avalancha de los sucesos envuelve y arrastra a los reporteros y les impide ver la vida, narrarla, interpretarla, porque les enajena el criterio selectivo y la capacidad de ir más allá en el tiempo y el espacio en la búsqueda de antecedentes y la auscultación de consecuencias y, más todavía, en la decantación de un estilo que mantiene la naturaleza del periodismo como género literario.

“Lector, buscador de historias, conocedor y centinela de la lengua, amante del mar y los recuerdos, crítico y doliente de un país cuya mayor miseria es la corrupción, pero sobre todo un gran narrador, eso es Juan Gossaín, autor de las crónicas que se compilan en este libro”, dice en la nota de presentación de los editores de Intermedio y El Tiempo.

Gossaín, retirado ahora en Cartagena de los afanes noticiosos, pero no de la realidad del país y del mundo, en este libro vuelve por los fueros del reportero y el narrador que se anunciaba hace unos 40 años cuando publicó La mala hierba. Esta obra, Memoria del alcatraz, se lee a veces como si fuera una novela, o una selección de cuentos, por el lenguaje reposado y luminoso del autor, pero al reeditar trabajos de información y denuncia (como los que muestran el engaño a los pensionados, el saqueo de los recursos de la salud, por ejemplo) mantiene despierta la conciencia del lector.

El pensamiento crítico, tan venido a menos en no pocas situaciones del periodismo actual, cuando se muestra complaciente y consensual, no sólo debe ser atributo del comentarista y el ensayista sino también del reportero agudo y el narrador que profundiza en el sentido oculto de los hechos en busca de la mejor aproximación posible a la verdad y el apartamiento al máximo del error.

Este libro de Gossaín tiene momentos para los relatos y las reminiscencias, para la evocación de personajes y para el señalamiento de los vicios y perversiones que abundan en este país. Contiene escritos sobre gente e historias de la Colombia pintoresca, denuncias sobre corrupción e injusticias y daño ambiental, páginas sobre los días y la vida, una ingeniosa y agradable sección dedicada a la lengua y el lenguaje y las historias de personajes sobresalientes. El periodista escritor de siempre aparece en cada una de las 304 páginas de esta obra digna de ser compartida con los oyentes y los buenos lectores.


(Leído en el Coloquio de los Libros, por Radio Bolivariana, el sábado 21 de abril).

lunes, 9 de marzo de 2015

Teclado

ESA CLASE DAÑINA
DEL HIJUEPAPISMO

Por JUAN JOSÉ GARCÍA POSADA

El hijuepapismo es una clase antisocial. La forman los abominables e insolentes hijos de papi. El caso entre ridículo e irritante del presunto familiar de un expresidente es una de las demostraciones más significativas de la actuación de tales sujetos. “Usted no sabe quién soy yo” y “no sabe con quién se metió” son las dos frases que sintetizan una contracultura estimulada por el facilismo, el desprecio de los méritos personales y el éxito basado en el tráfico de influencias.

Los hijos de papi abundan en nuestra sociedad. Inducen al irrespeto de los derechos ajenos, de la autoridad, de las reglas de comportamiento, del orden jurídico esencial para la convivencia. Se pasan los semáforos en rojo, andan a alta velocidad en carros y motos, se meten en las filas y pelean para que los atiendan de primeros, exigen trato preferencial en el estudio y el trabajo, matonean a superiores, compañeros y subalternos, les sacan el máximo de ruido a los equipos de sonido cuando celebran sus francachelas, son procaces y ultrajantes en el uso del lenguaje, etc.

No pueden argumentar que sean superiores por la excelencia, sino porque viven ensoberbecidos con la ilusión del poder que alguna vez han tenido sus papás, sus tíos o sus parientes lejanos, como sucedió con el gomelo beodo que agredió a los policías, invocó su dudosa condición de sobrino de un exmandatario y amenazó a los pacientísimos agentes y sus familiares. El video que ha circulado en forma profusa por la internet da rabia y da risa. Tal vez los uniformados no reaccionaron como debían haber hecho, porque sabían que la difusión del documento audiovisual obraría como suficiente sanción social contra el vergonzoso infractor.

Alguien debería leerle a cada hijo de papi el Elogio de la dificultad, del profesor Estanislao Zuleta y su crítica al facilismo alienante: “En lugar de desear una sociedad en la que sea realizable y necesario trabajar arduamente para hacer efectivas nuestras posibilidades, deseamos un mundo de la satisfacción, una monstruosa salacuna de abundancia pasivamente recibida”.


El hijuepapismo sólo representa una minoría. La gran mayoría de los jóvenes piensa y obra con sensatez, sentido de las proporciones y convencimiento de que es legítimo prolongar las cualidades de los papás (lo que se hereda no se hurta), pero son las capacidades individuales, la inteligencia y la voluntad de vivir con ánimo de resistencia proyectiva para afrontar las dificultades y aceptar los sacrificios las que marcan una existencia digna y valiosa en el mejor de los conceptos. Lo contrario, la creencia hijuepapista, empuja al descalabro lento e imperceptible pero inexorable de los prepotentes que maximizan los derechos y eliminan deberes y responsabilidades. Algún día los hará estrellar en público un video condenatorio.

Columna publicada en EL COLOMBIANO el lunes 9 de marzo de 2015.