martes, 25 de septiembre de 2012

La política será ética o no será

LA POLÍTICA SERÁ

ÉTICA O NO SERÁ

Por Juan José García Posada


Editorial de la revista Analecta Política,
 de la Facultad de Ciencias Políticas de la UPB.

En emisión reciente del programa En rojo y negro, que la Universidad Pontificia Bolivariana realiza en el canal Televida, profesores de diferentes áreas del saber fuimos invitados a exponer opiniones sobre las relaciones entre la ética y la política. Hay una cuestión nuclear cuando se afronta este asunto: ¿Es posible que el obrar ético le infunda credibilidad y transparencia a la acción política? No es una pregunta de fácil respuesta, ni en Colombia ni en países que aventajan al nuestro en materia de cultura política y organización democrática, pero en los cuales también se verifican episodios escandalosos, denotativos de falta de coherencia entre el deber ser y la realidad cuando se trata de la administración y el control del poder y los poderes públicos.

La clase política no sólo tiene mala prensa, como suele decirse, sino que también aparece en un grado muy inferior en diversas encuestas nacionales y mundiales sobre transparencia, credibilidad y confiabilidad. Es recurrente la invocación de la antigua idea según la cual la política y el poder forman una maquinaria infernal milenaria, arrasadora e implacable. De ahí se ha desprendido cierta creencia generalizada en que no es posible encontrar sobre el planeta a un solo hombre justo, a un solo político impoluto y libre de sospecha. A Maquiavelo se le atribuye la justificación de los medios, sean cuales fueren, con tal de obtener los fines que se persigan. Las costumbres abyectas, la proclividad de no pocos políticos a reproducir comportamientos reñidos con los valores, las pruebas reunidas día tras día en las noticias que difunden los medios informativos sobre actuaciones turbias de representantes elegidos por votación popular, funcionarios o líderes de partidos y movimientos, estarían confirmando la veracidad de tales presunciones.

¿Pero acaso es imposible desplegar estrategias y tácticas depurativas de la política? ¿La dignificación de una actividad que desde los comienzos de la historia de la sociedad ha sido inseparable de la condición humana es acaso una causa perdida? ¿El hombre como animal político (sean cuales fueren su rol, su notoriedad o su rango en la jerarquía del actuar político), en definitiva es incapaz de comportarse conforme con normas fundamentales de veracidad, equidad y altruismo y ha de ser, de modo inexorable, un sujeto protervo en tanto y cuanto se contamine del virus corruptor de la política, en mayor o menor grado? ¿No puede refutarse con hechos y realizaciones la diatriba de San Agustín contra los políticos, a los que sindicaba de ser piratas y asaltantes de la cosa pública?

Todas las actividades humanas pueden ser tachadas cuando se les hace un escrutinio más o menos riguroso y se ponen en la balanza sus errores y aciertos. No hay sobre la esfera terrestre una sola profesión, un solo oficio, público o privado, que en determinadas circunstancias no tengan su hora de tinieblas. Pero es la política, por su carácter envolvente y porque atraviesa todos los intereses humanos y sociales, la que está llamada a cargar con la mayor parte del peso de la culpa cuando se pretende criticar su eticidad. La conducta de los políticos puede producir inmenso beneficio general, pero también puede ocasionar daños monstruosos e irreparables en la sociedad. Un error político puede causar pérdida de vidas humanas, desequilibrios insuperables en el funcionamiento de pueblos enteros, dilapidación de dineros y recursos de la comunidad, injusticia, indignación y perjuicios directos o colaterales de magnitudes descomunales.
El carácter público de la política es lo que marca el altísimo riesgo inherente al actuar u omitir de políticos y funcionarios y lo escandaloso de la apropiación indebida de bienes, servicios y recursos que han sido reunidos gracias al trabajo, el esfuerzo y la confianza de los asociados, como contribuyentes del régimen tributario, como usuarios y clientes y como ciudadanos que generan cuotas de riqueza y bienestar y tienen derecho a esperar del Estado y quienes lo dirigen una reciprocidad proporcional a sus aportaciones, convertida en soluciones eficaces para los diversos problemas comunes.

En líneas generales, en el programa de televisión referido se trató con ponderación sobre las responsabilidades, los alcances y limitaciones y las perspectivas éticas de la política y los políticos. La política sí puede estar orientada con base en unos mínimos éticos. No sería razonable una ética de máximos, integrista y por consiguiente imposible para seres humanos. Asumir una actitud de optimismo realista, que venza el catastrofismo y el casandrismo propios de los profetas de desastres, es una opción razonable frente a este asunto capital.

No obstante, el mejoramiento cualitativo de la política y los políticos no pueden lograrse por inercia ni con la repetición ingenua de buenos consejos. Es pertinente pensar, en primer término, en la fuerza vinculante y si se quiere coercitiva de los pactos éticos y acuerdos sobre las cuestiones fundamentales, que reúnan a todos aquellos que, sean cuales fueren sus credos ideológicos, tendencias y matices, estén decididos a comprometerse con propósitos esenciales de búsqueda del bien común y a proscribir en forma radical cualquier conato de aprovechamiento de lo público en beneficio particular.

Se propone un giro ético, mediante el cual el político, en su condición de ciudadano y de miembro de una colectividad partidista, le sirva a un proyecto realizable y no al contrario como ha venido sucediendo en gran parte de los casos. Un proyecto que esté iluminado por la ética no sólo en los propósitos sino también en los objetivos, los métodos y los resultados. Ese proyecto debe consultar expectativas, reclamos y requerimientos de la gente, que necesita organizar instrumentos de control social por medio de los cuales y con el respaldo de los medios periodísticos interpele en forma constante a los mandatarios o aspirantes a serlo y reclamen el cumplimiento de sus responsabilidades, para aplicarles los reconocimientos o las sanciones condignas y evitar la reincidencia fatal en la elección de los mismos con las mismas. De la insistencia en la necesidad de institucionalizar en realidad los partidos y movimientos y dignificar en forma efectiva y creíble la política mediante un marco normativo jurídico y ético de obligatorio cumplimiento, de la asunción de los deberes sociales por los políticos, del trabajo educativo y formativo que efectúen la Universidad y el Periodismo como fuentes de cultura y de la aparición de una generación de relevo que merezca la confianza, la credibilidad y el respaldo general, puede surgir con el paso del tiempo, aunque no se vislumbre en el porvenir inmediato, una nueva clase política respetable y digna de contribuir a la consolidación de la sociedad abierta y democrática. En parafraseo de quienes han advertido que el Siglo Veintiuno será ético o no será, podemos concluir que la política será ética o desaparecerá del escenario social.