jueves, 16 de abril de 2015

Filosofía del Periodismo

LA INTEGRALIIDAD COMO HAMACA


Comentarios sobre la involución filosófica de la cultura profesional del Periodismo. Propuesta de recuperación de las discusiones sobre la identidad teórica y científica de la profesión. De cómo el logro de la integralidad en el plan de estudios puede convertirse en una instancia cómoda y estéril. A propósito de la exposición del profesor Nikolaos Chalavazys en la Comunidad Académica de la Facultad, el lunes 13 de abril.

Por Juan José García Posada

Hubo un momento en el discurrir de la visión del Periodismo desde la Universidad en el que se acentuó la preocupación por consolidar una cultura profesional coherente. En la Facultad no sólo no fuimos ajenos a esa corriente sino que dedicamos buena parte de nuestras deliberaciones en la comunidad docente del área a la elaboración de un proyecto mediante el cual se establecieran con claridad las bases filosóficas y metodológicas y la asunción del manejo de las tecnologías, como las tres columnas de esa cultura profesional.

Cito, en particular, el trabajo que emprendimos en el decenio de los noventa desde el Centro de Altos Estudios de Periodismo, Caep. La tarea adelantada produjo resultados tan significativos como la colección de Cuadernos del Caep (en la cual divulgamos reflexiones efectuadas en diversos encuentros sobre la misión del Periodismo en una ciudad conflictiva como la nuestra), los libros de Nueva Historia Periodística (contentivo de la tesis sobre la naturaleza histórica y literaria del Periodismo) y La dimensión hermenéutica del Periodismo y el primer proyecto de posgrado del país para Especialización en Periodismo Electrónico, originado en el Caep y luego a partir del Grupo de Investigación en Periodismo. La Especialización se creó al comenzar el Siglo Veintiuno.

En la Facultad y en el espectro de la formación periodística salíamos entonces del deslumbramiento de la investigación detectivesca y de denuncia consagrada en el Washington Post y el escándalo Watergate, dejábamos un poco atrás las tendencias del Nuevo Periodismo (alentadas en especial por escritores estadinenses como Tom Wolfe y profesores de la respetabilidad de Neale Copple y su Nuevo Concepto del Periodismo) y mandábamos también al sanalejo de nuestra historia particular las digresiones del alemán Otto Groth sobre el La Ciencia Periodística Pura, reunidas en el libro traducido por el profesor español Ángel Faus Belau.

Quiero decir que la reflexión filosófica fue pasando no tanto al olvido como a la condición de disciplina demodé. Si bien es cierto que ha mantenido alguna vigencia la discusión sobre la ética profesional y la deontología, no lo es menos que las cuestiones del porqué y el paraqué del Periodismo han venido siendo minimizadas hasta un extremo tal que tienen prevalencia las preguntas por el cómo, por la metodología y por el uso de las tecnologías. Y en este aspecto es innegable que los avances han sido notorios. Se ha decantado el método de trabajo en la indagación y elaboración de contenidos, se han ajustado las retóricas o los lenguajes de acuerdo con las condiciones de cada medio periodístico y se han generado innovaciones acordes con las novísimas plataformas informáticas, de tal modo que ya no son exóticos ni ajenos los conceptos y las prácticas de convergencia, multimedialidad, polimedialidad y transmedia.

Pero la argumentación por el Periodismo, el fondo dialéctico del problema, las preguntas por la razón de ser, la naturaleza y las finalidades de la profesión son asuntos relegados a un plano secundario. Hoy en día parece casi irrelevante enfatizar en la hermenéutica, en la vocación histórica e incluso en la estética literaria como dimensiones esenciales del Periodismo. Y es obvio que esa subestimación de los elementos principales de la cultura profesional está determinada por presiones externas, por las demandas del mercado, por la competividad mediática, en fin, por tantas fuerzas que gravitan de modo apabullante sobre la profesión. El reconocimiento de estas realidades, de estas amenazas patentes, no tiene por qué ser motivo o pretexto para que los llamados a ampliar las fronteras epistemológicas de la cultura profesional eludamos nuestra misión capital, como profesores y formadores de colegas que deben salir al mundo de la vida blindados para resistir con coraje y entereza de carácter las arremetidas externas. Uno de nuestros deberes primordiales, deberes de ética docente y universitaria, consiste en sostener la búsqueda de sentido que nos compete como garantes de la pervivencia de la misión periodística y de su valoración justa en la sociedad actual.

Hace unos diez años decidí, por mi cuenta y riesgo, matricularme en la Especialización en Ética, luego en la Maestría y después en el Doctorado en Filosofía en la propia Universidad. Ya había realizado mi propedéutica particular con la realización de mi texto de hermenéutica del Periodismo, pero me sentía con derecho a mejorar mi educación. Al principio quise atender la sugerencia de un directivo para usufructuar las garantías que podría obtener del Acuerdo 206. Ni siquiera intenté acoger esa recomendación, al comprobar el desdén con que se observó mi interés en adelantar estudios de posgrado. Y los terminé con la aprobación de todos los cursos correspondientes a la escolaridad, e incluso con superávit de créditos, como puede verificarse al revisar mis calificaciones en el Sigaa. Tengo la convicción de que no perdí mi tiempo, ni mi dedicación ni el esfuerzo económico. Pero sí me desalentó el comentario público hecho por una alta funcionaria en una mañana de reunión del Foro de la Escuela, cuando dijo, en estos términos exactos: “Yo no sé Juan José por qué hizo un Doctorado en Filosofía. ¿Para qué le sirve la Filosofía al Periodismo?”. Por supuesto que me quedé perplejo, no sólo por el irrespeto ante mis pares, sino también por la manifiesta ignorancia de la persona aludida. Sólo atiné a replicarle: “Parece que no le sirve para nada”.

De ninguna manera quiero que se interprete la referencia a esa anécdota como la representación de una actitud generalizada. No. Era muy particular e individualizada. Pero sí refleja de algún modo una cierta tendencia, que ha seguido ensanchándose, por desgracia, a reducir el Periodismo, su cultura profesional y, sobre todo, su fundamentación filosófica, a una categoría subalterna. La percepción de este problema me causa intriga. Y no es una presunción caprichosa ni gratuita. Se acentúa al observar una cierta desvalorización del Periodismo en el entorno social y, valga recordarlo, en el campo jurídico. La sola recordación del fallo de la Corte Constitucional que a fines de los noventa del siglo pasado eliminó la condición de disciplina profesional autónoma y digna de garantías para el Periodismo (contra el mandato constitucional, contra el derecho consuetudinario, contra la tradición y contra las evidencias históricas) ha incidido en la creación de un clima adverso a nuestra profesión. “Periodista ya puede ser cualquiera”, fue la conclusión que sacamos en la Facultad y en el ámbito gremial cuando conocimos aquella malhadada providencia del más alto tribunal constitucional del Estado colombiano. Todo pasó y nada pasó. No fuimos capaces ni en las facultades, ni en las organizaciones gremiales, de controvertir semejante decisión judicial, así tuviéramos la convicción de que era esperpéntica. Y en no pocos medios periodísticos se abrieron entonces las puertas para que ingresaran en las salas de redacción no pocos individuos que proclamaban y siguen proclamando airosos su impostura y su ejercicio de una profesión como advenedizos. De tiempo atrás he lamentado que en el propio entorno de nuestra Facultad a veces queda la sensación de que se muestra una extraña conformidad con esa desconceptuación del Periodismo como profesión porque se le declaró inexequible. Si no tuviera tanta confianza en que la inmensa mayoría de los colegas profesores no comparte esa actitud dañina, no estaría expresando ahora estas razones.

Sí debo declarar, apoyado en la observación y la experiencia, que la ausencia de reflexiones y discusiones sobre la naturaleza filosófica, histórica y literaria del Periodismo, es decir sobre la primera de las tres columnas de la cultura profesional, no sólo se origina en factores externos como los enunciados, sino también y muy en especial, en la comodidad y la complacencia con que hemos aceptado el desplazamiento de esa responsabilidad discursiva al área de Fundamentación y a los investigadores. Durante los meses de elaboración del proyecto de Transformación Curricular replanteé desde la coordinación del área la propuesta de retomar el tema de la Filosofía del Periodismo. Fue escasa la aceptación que recibí. Aunque en el documento pertinente se enfatiza en el tema, es notorio el énfasis en las otras dos columnas, las correspondientes a la metodología y el manejo de las tecnologías, con la incorporación de temas innovadores como la convergencia y la multimedialidad, que de verdad marcaron avances importantes en la orientación de la formación profesional y del pensum, pero dejaron a un lado lo esencial de la deliberación y del proyecto. El año pasado, cuando nos alistábamos para la acreditación internacional por la SIP, escribí un texto que acompaño en archivo anexo.

La bienvenida invención de la integralidad, que hemos venido desarrollando durante largas discusiones y en varias reformas curriculares, y que ha señalado hacia afuera una distinción de la Facultad entre todas las demás y una evidente ventaja comparativa, en cambio para nuestro entorno propio, para nuestras relaciones si se quiere domésticas y rutinarias, se ha convertido en una suerte de instancia cómoda y estéril, en una hamaca en la que descansamos de las fatigas académicas, en primer término de la ardua discusión sobre la Filosofía de la cultura profesional. A mi modo de ver y comprender, hemos llegado a aceptar que la integralidad nos exonera del deber ético de problematizar acerca de lo que sabemos y enseñamos, del porqué del saber y el hacer en el Periodismo. Como si al concentrarnos en la metodología y el manejo de las tecnologías cumpliéramos con suficiencia nuestros deberes.

Es preciso, entonces, que recobremos el hilo de las discusiones en el campo específico de la Filosofía del Periodismo. La integralidad es una cualidad de la Facultad. Debemos fortalecerla con el trabajo teórico, para que no acabe por convertirse en esa cómoda hamaca de la que he hablado. Es una sugerencia respetuosa y afable que dirijo primero a los profesores del Área de Periodismo, a la Comunidad Académica, el Comité de Currículo y la Dirección de la Facultad y que ojalá merezca la acogida de ustedes.

Muchas gracias por leer este escrito. No hablo de la paciencia que hayan podido tener, porque es consustancial a nuestra condición de profesores.
16 de abril de 2015.






miércoles, 8 de abril de 2015

DECIR Y EXPLICAR EL CINE

Por Juan José García Posada

En la presentación del libro Palabras de cine, compilado por la comunicadora y profesora Adriana Mora Arango y escrito por alumnos de Imagen en la Facultad de Comunicación Social Periodismo de la UPB. Duodécimo Festival del Libro y la Palabra de la Universidad. Martes 7 de abril de 2015.

Decir el cine, analizarlo y explicarlo con palabras, así podría comprenderse el sentido del título de este libro, Palabras de cine, que publican la Editorial y la Facultad de Comunicación en su Colección Mensajes. El estudio y la afición al cine han sido inherentes a nuestra formación de comunicadores periodistas. El interés en realizar contenidos que representen la vida y ayuden a la gente a interpretarla, que narren la realidad en su multiplicidad de facetas y faciliten el descubrimiento del porqué de lo que pasa y nos pasa, tiene en el cine una suerte de disciplina acompañante.

La visión panorámica y en perspectiva del periodismo sería incompleta sin el respaldo del arte cinematográfico. La buena comunicación y el buen periodismo encuentran en el cine un saber y un hacer inseparables. Cuando se identifican y evalúan las competencias del comunicador es preciso incluir en esa disposición vocacional no sólo el lenguaje para el buen decir, el buen leer y el buen escribir y la orientación investigativa para llegar al fondo de los hechos, sino también el cine y los recursos audiovisuales para utilizar las formas expresivas que aproximen a la exposición realista de los sucesos, a la creación de imágenes y escenarios apropiados y, muy en especial, al tratamiento humano de los fenómenos históricos del individuo y la sociedad.

Este criterio humanista sobresale en los textos que han escrito los estudiantes de Imagen con la colega y experta en cine Adriana Mora Arango, quien asumió la tarea de compilar esta obra que hoy presentamos en el duodécimo Festival del Libro y la Palabra de la UPB. Evidenciar los significados más sutiles de la obra fílmica para interpretarlos y elaborar textos personales dotados de sentido crítico es un objetivo que se aprecia en cada uno de los artículos. La profesora ha escogido un método que distinguió la acreditada revista Cahiers du Cinemá en el decenio de los cincuenta. Esa publicación y otras que la han prolongado aplicaron tesis y método de la hermenéutica, hasta hacer, como dice Adriana, “una lectura del cine desde las posibilidades ontológicas de su propio lenguaje, para encontrar en él, no sólo sus aspectos poéticos, sino también una reflexión sobre la condición humana”.

La condición humana, justificación de la razón de ser de la comunicación y el periodismo, tan llevada y traída y muchas veces tan reducida a la mínima expresión en nombre de la actualidad y en medio del pandemónium de las noticias, la ha mantenido vigente el cine clásico en las finalidades teóricas, éticas y metodológicas.

Esa resistencia humanista del buen cine es la que nos aporta a los periodistas unos elementos valiosos para la realización de nuestros deberes y funciones. Leer este libro es, entonces, volver a aprender del cine como representación de la vida, de las grandezas y miserias y, en fin, de la condición humana en su pleno sentido, por medio de quienes lo analizan e interpretan.

En mi condición de profesor de Periodismo argumentativo, o de opinión, he enfatizado en la dimensión hermenéutica de nuestra actividad, así como también en su naturaleza histórica y su estética literaria. Opinar es no sólo acreditar la individualidad crítica sino, además, generar un círculo hermenéutico, un diálogo de horizontes, una secuencia de interpretaciones sobre interpretaciones previas en la que participen interlocutores o intérpretes reales o potenciales, presentes o virtuales.

En la unidad del curso atinente al análisis y la crítica sobre el discurrir de la vida cultural (entendida la cultura como aquello que nos hace mejores como seres humanos), el modelo del comentario sobre la producción fílmica es esencial en la formación de criterio, en la asunción de responsabilidades éticas y en la aplicación de un método que de verdad acredite nuestra competencia como buscadores de sentido.

Por estos y otros motivos que no alcanzo a explanar porque no caben en los límites de este breve preámbulo, invito a los colegas estudiantes y profesores y a los buenos lectores en general a leer esta obra, Palabras de cine, que fortalece el diálogo de saberes en la comunicación y las ciencias sociales y humanas.

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