LA INTEGRALIIDAD COMO HAMACA
Comentarios sobre la
involución filosófica de la cultura profesional del Periodismo. Propuesta de
recuperación de las discusiones sobre la identidad teórica y científica de la
profesión. De cómo el logro de la integralidad en el plan de estudios puede
convertirse en una instancia cómoda y estéril. A propósito de la exposición del
profesor Nikolaos Chalavazys en la Comunidad Académica de la Facultad, el lunes
13 de abril.
Por Juan José García
Posada
Hubo un momento en el
discurrir de la visión del Periodismo desde la Universidad en el que se acentuó
la preocupación por consolidar una cultura profesional coherente. En la
Facultad no sólo no fuimos ajenos a esa corriente sino que dedicamos buena
parte de nuestras deliberaciones en la comunidad docente del área a la
elaboración de un proyecto mediante el cual se establecieran con claridad las
bases filosóficas y metodológicas y la asunción del manejo de las tecnologías,
como las tres columnas de esa cultura profesional.
Cito, en particular,
el trabajo que emprendimos en el decenio de los noventa desde el Centro de
Altos Estudios de Periodismo, Caep. La tarea adelantada produjo resultados tan
significativos como la colección de Cuadernos
del Caep (en la cual divulgamos reflexiones efectuadas en diversos
encuentros sobre la misión del Periodismo en una ciudad conflictiva como la
nuestra), los libros de Nueva Historia
Periodística (contentivo de la tesis sobre la naturaleza histórica y
literaria del Periodismo) y La dimensión
hermenéutica del Periodismo y el primer proyecto de posgrado del país para
Especialización en Periodismo Electrónico, originado en el Caep y luego a
partir del Grupo de Investigación en Periodismo. La Especialización se creó al
comenzar el Siglo Veintiuno.
En la Facultad y en
el espectro de la formación periodística salíamos entonces del deslumbramiento
de la investigación detectivesca y de denuncia consagrada en el Washington Post
y el escándalo Watergate, dejábamos un poco atrás las tendencias del Nuevo
Periodismo (alentadas en especial por escritores estadinenses como Tom Wolfe y
profesores de la respetabilidad de Neale Copple y su Nuevo Concepto del Periodismo) y mandábamos también al sanalejo de
nuestra historia particular las digresiones del alemán Otto Groth sobre el La Ciencia Periodística Pura, reunidas
en el libro traducido por el profesor español Ángel Faus Belau.
Quiero decir que la
reflexión filosófica fue pasando no tanto al olvido como a la condición de
disciplina demodé. Si bien es cierto
que ha mantenido alguna vigencia la discusión sobre la ética profesional y la
deontología, no lo es menos que las cuestiones del porqué y el paraqué del
Periodismo han venido siendo minimizadas hasta un extremo tal que tienen
prevalencia las preguntas por el cómo,
por la metodología y por el uso de las tecnologías. Y en este aspecto es
innegable que los avances han sido notorios. Se ha decantado el método de
trabajo en la indagación y elaboración de contenidos, se han ajustado las
retóricas o los lenguajes de acuerdo con las condiciones de cada medio
periodístico y se han generado innovaciones acordes con las novísimas plataformas
informáticas, de tal modo que ya no son exóticos ni ajenos los conceptos y las
prácticas de convergencia, multimedialidad, polimedialidad y transmedia.
Pero la argumentación
por el Periodismo, el fondo dialéctico del problema, las preguntas por la razón
de ser, la naturaleza y las finalidades de la profesión son asuntos relegados a
un plano secundario. Hoy en día parece casi irrelevante enfatizar en la
hermenéutica, en la vocación histórica e incluso en la estética literaria como
dimensiones esenciales del Periodismo. Y es obvio que esa subestimación de los
elementos principales de la cultura profesional está determinada por presiones
externas, por las demandas del mercado, por la competividad mediática, en fin,
por tantas fuerzas que gravitan de modo apabullante sobre la profesión. El
reconocimiento de estas realidades, de estas amenazas patentes, no tiene por
qué ser motivo o pretexto para que los llamados a ampliar las fronteras
epistemológicas de la cultura profesional eludamos nuestra misión capital, como
profesores y formadores de colegas que deben salir al mundo de la vida
blindados para resistir con coraje y entereza de carácter las arremetidas
externas. Uno de nuestros deberes primordiales, deberes de ética docente y
universitaria, consiste en sostener la búsqueda de sentido que nos compete como
garantes de la pervivencia de la misión periodística y de su valoración justa
en la sociedad actual.
Hace unos diez años
decidí, por mi cuenta y riesgo, matricularme en la Especialización en Ética,
luego en la Maestría y después en el Doctorado en Filosofía en la propia
Universidad. Ya había realizado mi propedéutica particular con la realización
de mi texto de hermenéutica del Periodismo, pero me sentía con derecho a
mejorar mi educación. Al principio quise atender la sugerencia de un directivo
para usufructuar las garantías que podría obtener del Acuerdo 206. Ni siquiera
intenté acoger esa recomendación, al comprobar el desdén con que se observó mi
interés en adelantar estudios de posgrado. Y los terminé con la aprobación de
todos los cursos correspondientes a la escolaridad, e incluso con superávit de
créditos, como puede verificarse al revisar mis calificaciones en el Sigaa.
Tengo la convicción de que no perdí mi tiempo, ni mi dedicación ni el esfuerzo
económico. Pero sí me desalentó el comentario público hecho por una alta
funcionaria en una mañana de reunión del Foro de la Escuela, cuando dijo, en
estos términos exactos: “Yo no sé Juan José por qué hizo un Doctorado en
Filosofía. ¿Para qué le sirve la Filosofía al Periodismo?”. Por supuesto que me
quedé perplejo, no sólo por el irrespeto ante mis pares, sino también por la
manifiesta ignorancia de la persona aludida. Sólo atiné a replicarle: “Parece
que no le sirve para nada”.
De ninguna manera
quiero que se interprete la referencia a esa anécdota como la representación de
una actitud generalizada. No. Era muy particular e individualizada. Pero sí
refleja de algún modo una cierta tendencia, que ha seguido ensanchándose, por
desgracia, a reducir el Periodismo, su cultura profesional y, sobre todo, su
fundamentación filosófica, a una categoría subalterna. La percepción de este
problema me causa intriga. Y no es una presunción caprichosa ni gratuita. Se
acentúa al observar una cierta desvalorización del Periodismo en el entorno
social y, valga recordarlo, en el campo jurídico. La sola recordación del fallo
de la Corte Constitucional que a fines de los noventa del siglo pasado eliminó
la condición de disciplina profesional autónoma y digna de garantías para el Periodismo
(contra el mandato constitucional, contra el derecho consuetudinario, contra la
tradición y contra las evidencias históricas) ha incidido en la creación de un
clima adverso a nuestra profesión. “Periodista ya puede ser cualquiera”, fue la
conclusión que sacamos en la Facultad y en el ámbito gremial cuando conocimos
aquella malhadada providencia del más alto tribunal constitucional del Estado
colombiano. Todo pasó y nada pasó. No fuimos capaces ni en las facultades, ni
en las organizaciones gremiales, de controvertir semejante decisión judicial,
así tuviéramos la convicción de que era esperpéntica. Y en no pocos medios
periodísticos se abrieron entonces las puertas para que ingresaran en las salas
de redacción no pocos individuos que proclamaban y siguen proclamando airosos
su impostura y su ejercicio de una profesión como advenedizos. De tiempo atrás
he lamentado que en el propio entorno de nuestra Facultad a veces queda la
sensación de que se muestra una extraña conformidad con esa desconceptuación
del Periodismo como profesión porque se le declaró inexequible. Si no tuviera
tanta confianza en que la inmensa mayoría de los colegas profesores no comparte
esa actitud dañina, no estaría expresando ahora estas razones.
Sí debo declarar,
apoyado en la observación y la experiencia, que la ausencia de reflexiones y
discusiones sobre la naturaleza filosófica, histórica y literaria del
Periodismo, es decir sobre la primera de las tres columnas de la cultura
profesional, no sólo se origina en factores externos como los enunciados, sino
también y muy en especial, en la comodidad y la complacencia con que hemos
aceptado el desplazamiento de esa responsabilidad discursiva al área de
Fundamentación y a los investigadores. Durante los meses de elaboración del
proyecto de Transformación Curricular replanteé desde la coordinación del área
la propuesta de retomar el tema de la Filosofía del Periodismo. Fue escasa la
aceptación que recibí. Aunque en el documento pertinente se enfatiza en el
tema, es notorio el énfasis en las otras dos columnas, las correspondientes a
la metodología y el manejo de las tecnologías, con la incorporación de temas
innovadores como la convergencia y la multimedialidad, que de verdad marcaron
avances importantes en la orientación de la formación profesional y del pensum,
pero dejaron a un lado lo esencial de la deliberación y del proyecto. El año
pasado, cuando nos alistábamos para la acreditación internacional por la SIP,
escribí un texto que acompaño en archivo anexo.
La bienvenida
invención de la integralidad, que hemos venido desarrollando durante largas
discusiones y en varias reformas curriculares, y que ha señalado hacia afuera
una distinción de la Facultad entre todas las demás y una evidente ventaja
comparativa, en cambio para nuestro entorno propio, para nuestras relaciones si
se quiere domésticas y rutinarias, se ha convertido en una suerte de instancia
cómoda y estéril, en una hamaca en la que descansamos de las fatigas
académicas, en primer término de la ardua discusión sobre la Filosofía de la
cultura profesional. A mi modo de ver y comprender, hemos llegado a aceptar que
la integralidad nos exonera del deber ético de problematizar acerca de lo que
sabemos y enseñamos, del porqué del saber y el hacer en el Periodismo. Como si al
concentrarnos en la metodología y el manejo de las tecnologías cumpliéramos con
suficiencia nuestros deberes.
Es preciso, entonces,
que recobremos el hilo de las discusiones en el campo específico de la
Filosofía del Periodismo. La integralidad es una cualidad de la Facultad.
Debemos fortalecerla con el trabajo teórico, para que no acabe por convertirse
en esa cómoda hamaca de la que he hablado. Es una sugerencia respetuosa y
afable que dirijo primero a los profesores del Área de Periodismo, a la
Comunidad Académica, el Comité de Currículo y la Dirección de la Facultad y que
ojalá merezca la acogida de ustedes.
Muchas gracias por
leer este escrito. No hablo de la paciencia que hayan podido tener, porque es
consustancial a nuestra condición de profesores.
16 de abril de 2015.
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