lunes, 1 de junio de 2015

Número cero, de Umberto Eco:


ALERTA SOBRE CIERTO PERIODISMO


Por Juan José García Posada

Número cero, de Umberto Eco, es una novela entretenida, sencilla en su estructura, intrigante después de que se leen con moderado entusiasmo las primeras cuarenta páginas, próxima al carácter detectivesco e inquisitivo que marcó el destino de El nombre de la rosa, y al mismo tiempo sindicadora de un conjunto de perversiones y fallas éticas del periodismo.

Las reuniones que efectúa un incipiente equipo de redacción se orientan a la tarea de planear la edición cero, de prueba, del periódico Domani, cuyo jefe de redacción es un tal Colonna, un individuo que deja el oficio de documentalista para dedicarse a la actividad periodística. Sin que aparezca en escena, se menciona con frecuencia al mentor y patrocinador máximo de la publicación, el Commendatore Vimercati, como si fuera el que mueve desde las sombras los hilos del poder y de cuyos propóstos e intenciones serían ejecutores el director, el jefe de reacción y los redactores.

En las reuniones participan el opaco pero malicioso director Simei, el mencionado Colonna y seis redactores de  tendencias muy diversas, que pasan por el sensacionalismo y la frivolidad y llegan hasta el idealismo de Maia, la única mujer de la redacción y al final la pareja de Colonna.

Las reuniones preparatorias se desarrollan en unas oficinas cómodas de Milán y los organizadores de la edición número cero procuran la elaboración de una agenda en la cual incluyen los temas habituales y cuestiones escandalosas como los secretos de la Cïa, la curiosidad por las intimidades del Vaticano y las circunstancias que antecedieron, rodearon y sucedieron la muerte del duce y líder fascista italiano Benito Mussolini.

Es una novela en la cual toca leer algunos pasajes de extraña monotonía. Todo un capítulo se lo dedica Eco a la relación que uno de los redactores, el lenguaraz Bragadoccio, hace de marcas y características de automóviles. Esta parte es de una lentitud insoportable. Contrasta con la agilidad con que discurre en general el relato y con la vivacidad y la agudeza de los diálogos, en los cuales Umberto Eco parece como si hubiera pretendido incorporar una gran síntesis de lo que no debe hacerse, desde el punto de vista ético, en el periodismo: Cada propuesta más o menos seria y pertinente de alguno de los redactores resulta cuestionada porque podría contradecir  al Commendatore.

En Número cero hay alusiones a los celos entre docentes en la vida universitaria, escenas de la vida en las aulas, definiciones de lo que es un perdedor (como se dice que era Colonna, ejemplos de temas que serían utilizados por el Commendatore Vimercati para extorsionar o chantajear a diversos personajes con la amenaza de la edición Número cero, enunciado de las características que podrían distinguir un periódico y algunas reflexiones sobre la mentira y la sospecha. Se insiste en la separación entre los hechos y las opiniones y ese principio tradicional del periodismo y se lee una parodia risible sobre el manejo de los desmentidos, con una carta en la cual un tal Preciso Desmentidillo quiere rectificar una información falsa sobre los Idus de marzo y el asesinato de Julio César.

Hay otros momentos de humor, como el del juego casi pueril de los porqués, parecido al de los chistes sobre los elefantes. La ilusión y el desencanto de la periodista Maia surgen y se ocultan con alternancia en cada sesión del equipo de redacción, cuando propone temas que no resultan aceptados puesto que afectarían las relaciones con el Commendatore, es decir el poder oculto del periódico, que puede ser como el lector quiera imaginárselo. Los episodios referentes a la fuga y la presunta muerte o la presunta huida de Mussolini a la Argentina (una leyenda que Eco retoma en esta novela) van redondeando la narración y concentrándola en una cuestión central, hasta cuando el dicharachero Bragadoccio aparece muerto en una calle tenebrosa, quizás porque sabía demasiado y hablaba demasiado. Este asesinato es un misterio, que acaba por frustrar el proceso de creación del periódico y por hacer salir a sus organizadores hacia distintos escondites, como el de Colonna y Maia en un refugio rural.

Esta novela (publicada por Editorial Lumen en este año) entraña una crítica severa de Eco al antiperiodismo y una declaración de desencanto con la realidad actual, no sólo en Italia sino en el mundo, muy en especial por la propagación de la corrupción, la mentira y el engaño. Al mismo tiempo representa una renovada advertencia sobre el poder inexorable del periodismo, para el bien o para el mal, pero, al fin y al cabo, un poder que puede ayudar a construir o a destruir.

Casi un punto de vista recurrente es este, que puede leerse en el libro: “El caso es que los periódicos no están hechos para difundir sino para encubrir noticias. Sucede el hecho X, no puedes obviarlo, pero, como pone en apuros a demasiada gente, en ese mismo número te marcas unos titulones que le ponen a uno los pelos de punta: madre degüella a sus cuatro hijos, quizá nuestros ahorros acaben en cenizas, se descubre una carta de insultos de Garibaldi a Nino Bixio y, hala, tu noticia se ahoga en el gran mar de la información”. El escándalo de ayer queda tapado por el de hoy, el de hoy por el de mañana y así en forma sucesiva, podría concluirse.

Esta novela de Umberto Eco no es lo máximo que haya escrito el lúcido ensayista y escritor. Ni riesgos de compararla con El nombre de la rosa. Pero tiene el mérito de llamar la atención sobre una de las cuestiones esenciales de la agenda de discusiones en cualquier sociedad: El deber ser ético del periodismo y los medios de comunicaciones, sus alcances y limitaciones, el poder de un periódico, así ni siquiera haya alcanzado a salir a circulación la edición Número cero. Para los debates académicos, mediáticos y gremiales sobre el Periodismo, esta novela es un dinamizador de primer orden. Por esas razones quiero compartir su lectura hoy en el Coloquio de los Libros.


(Leído en el Coloquio de los Libros, por Radio Bolivariana, el sábado 30 de mayo de 2015).


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