LA MEMORIA DE UN
ESCRITOR
Y REPORTERO VIGENTE
Por Juan José García Posada
Este libro del periodista Juan Gossaín, La memoria del alcatraz, es la confirmación plena de que ni el
trabajo exigente en la radio noticiosa, ni la obsesión de muchos años por la
misma noticia han causado deterioro en el escritor y su estilo. Hace más de cuatro
decenios, Gossaín escribía primero en El Heraldo de Barranquilla y después en
El Espectador. Era, ante todo, el cronista imaginativo, que sin sacrificar lo
nuclear de la información de actualidad, marcaba la calidad de sus textos con
un componente estético propio del narrador que disfruta con la creación de
escenarios, el bosquejo de semblanzas de personajes de diversos planos y sin
perder el polo a tierra señalado por la constancia del aquí y ahora,
inseparable como cualidad, a veces como un mal necesario, del periodismo
informativo.
En Gossaín se ha verificado y sostenido a lo largo de los años la
dualidad entre el hombre de radio y el hombre de prensa escrita. Por mucho
tiempo era la voz que despertaba a millones de oyentes en las madrugadas con el
relato de los hechos del amanecer, pero siempre, desde el micrófono, tuvo la
habilidad de hacer pausas refrescantes, para dedicar algunos minutos amables al
recreo con la anécdota, el chascarrillo, la curiosidad histórica, la referencia
a cuestiones que podían apartarse de lo actual pero no carecían de interés y
atractivo.
Un periodista humanista no puede
concentrarse sólo en la superficialidad y la insustancialidad de la noticia
porque se convierte en víctima de los mismos acontecimientos. Muchísimas
vocaciones se han malogrado cuando la avalancha de los sucesos envuelve y arrastra
a los reporteros y les impide ver la vida, narrarla, interpretarla, porque les
enajena el criterio selectivo y la capacidad de ir más allá en el tiempo y el
espacio en la búsqueda de antecedentes y la auscultación de consecuencias y,
más todavía, en la decantación de un estilo que mantiene la naturaleza del
periodismo como género literario.
“Lector, buscador de historias, conocedor y centinela de la
lengua, amante del mar y los recuerdos, crítico y doliente de un país cuya
mayor miseria es la corrupción, pero sobre todo un gran narrador, eso es Juan
Gossaín, autor de las crónicas que se compilan en este libro”, dice en la nota
de presentación de los editores de Intermedio y El Tiempo.
Gossaín, retirado ahora en Cartagena
de los afanes noticiosos, pero no de la realidad del país y del mundo, en este
libro vuelve por los fueros del reportero y el narrador que se anunciaba hace
unos 40 años cuando publicó La mala
hierba. Esta obra, Memoria del
alcatraz, se lee a veces como si fuera una novela, o una selección de cuentos,
por el lenguaje reposado y luminoso del autor, pero al reeditar trabajos de
información y denuncia (como los que muestran el engaño a los pensionados, el
saqueo de los recursos de la salud, por ejemplo) mantiene despierta la
conciencia del lector.
El pensamiento crítico, tan venido a menos en no pocas situaciones
del periodismo actual, cuando se muestra complaciente y consensual, no sólo
debe ser atributo del comentarista y el ensayista sino también del reportero
agudo y el narrador que profundiza en el sentido oculto de los hechos en busca
de la mejor aproximación posible a la verdad y el apartamiento al máximo del
error.
Este libro de Gossaín tiene momentos para los relatos y las
reminiscencias, para la evocación de personajes y para el señalamiento de los
vicios y perversiones que abundan en este país. Contiene escritos sobre gente e
historias de la Colombia pintoresca, denuncias sobre corrupción e injusticias y
daño ambiental, páginas sobre los días y la vida, una ingeniosa y agradable
sección dedicada a la lengua y el lenguaje y las historias de personajes
sobresalientes. El periodista escritor de siempre aparece en cada una de las
304 páginas de esta obra digna de ser compartida con los oyentes y los buenos
lectores.
(Leído en el Coloquio de los
Libros, por Radio Bolivariana, el sábado 21 de abril).
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