martes, 29 de agosto de 2017

EL SOFISMA DE LA RAZÓN SOLITARIA

Por JUAN JOSÉ GARCÍA POSADA

Justificación ética del razonamiento sobre la argumentación periodística, necesario para enriquecer las bases filosóficas y metodológicas del periodismo de opinión o argumentativo. Si bien es cierto que la argumentación se ha desarrollado en la filosofía, el derecho y la teología y otras disciplinas, en el periodismo ha faltado un planteamiento que sea concordante con el dinamismo y los avances de la cultura profesional y, en particular, la presencia influyente de las audiencias, que deben tenerse presentes para argumentar de cara a la realidad y las expectativas de la gente.

Suele decirse que la razón se defiende sola, así como también sucedería con la verdad y el derecho. Es un sofisma. La razón solitaria, expósita, puede quedar condenada a la derrota. Por lo menos al desconocimiento. Por desánimo, negligencia o descuido, razones de peso pueden diluirse hasta desaparecer.

En el trabajo intelectual de opinar en busca de sentido para interpretar los hechos de actualidad, abstenerse de defender la razón con argumentos puede equivaler a un acto de irresponsabilidad. Es erróneo presumir que los motivos, los argumentos, estén implícitos y no sea necesario defenderlos mediante un agudo y sostenido ejercicio dialéctico.

Cuando se cree que se tiene la razón, hay que defenderla. No hacerlo implica la posibilidad de hacer concesiones inaceptables. No argumentar con la falsa idea de que, así permanezcamos en actitud pasiva, la gente comprenderá y nos reconocerá que nos asisten los mejores motivos, es un disparate. Por supuesto que opinar y argumentar comportan un ejercicio libre. El comentarista puede opinar o dejar de opinar. Una decisión puede ser activa o pasiva. Sin embargo, es cuestionable la eticidad de mantener silencio cuando se está ante el deber de actuar y decir. Puede tratarse de un silencio cómplice, de un silencio culposo.

Ante la realidad, el buscador de sentido puede asentir o disentir, estar de acuerdo o discordar. Pero no es aceptable ni recomendable mantenerse en silencio, a menos que tal actitud se justifique por motivos de necesaria prudencia. Es cierto que hay circunstancias en las cuales puede aceptarse guardar silencio y dejar la argumentación para cuando sea propicio exponerla. A veces hay riesgos inútiles, que no tiene sentido asumir: La inminencia de peligro mayor, la esterilidad de una argumentación porque se tiene la certidumbre de que nadie va a escucharla o a comprenderla, etc. Son situaciones en las cuales resulta apenas obvio que priman la protección de la vida, la integridad o la seguridad y la salvaguarda misma de la verdad que vaya a defenderse. Pero, salvo en tales momentos, abstenerse de argumentar puede carecer de justificación y más bien puede interpretarse como una demostración de pusilanimidad, de falta de coraje o de indiferencia para asumir una responsabilidad.

Ni la razón, ni la verdad, ni los derechos se defienden solos. El dicho popular según el cual “la razón pelea sola” es falaz. Así como los valores no son por ellos mismos sino que valen y, por consiguiente, hay que hacerlos valer, también los derechos, las verdades y la razón deben hacerse valer para que merezcan reconocimiento. Es un deber ético de primer orden. Un derecho puede estar definido y consagrado por la ley, pero si no se hace valer se queda en la abstracción hasta diluirse y perderse.


De ahí, entonces, el porqué de la eticidad de la argumentación y del consiguiente ejercicio dialéctico. Argumentar no es una dedicación felicitaría, un entretenimiento (que, de hecho, podría serlo, claro está, pero no es esa su verdadera justificación). Es una tarea de profundo contenido ético para quien identifica y asume el deber de contribuir a la búsqueda de sentido, a la exploración de la razón de ser de los hechos, a la explicación del porqué de los fenómenos que circulan en el entorno de la actualidad y el interés público, más todavía en momentos en que la razón está siendo amenazada por la sinrazón de la fuerza y la verdad parece condenada a desaparecer. Argumentar con las mejores razones no es sólo un divertimento sino un compromiso inherente al trabajo interpretativo del comentarista.




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