Por Juan José García Posada
La polarización en el campo de las actitudes intelectuales frente a la realidad, cuando se apoya en el capricho arcaico de la división entre izquierdas y derechas, encierra un total sinsentido. Es absurda. No es razonable. Reduce las ideas a dos polos opuestos, entre los cuales no suele aceptarse que haya matices, tonalidades, diversidades.
Una de las conclusiones que pueden obtenerse de la entrevista con la politóloga guatemalteca Gloria Álvarez en Argentina, así como de la lectura y la apreciación de varias de sus intervenciones recientes en diferentes escenarios de América Latina, consiste en que invita a asumir posiciones de verdad independientes, a hacer a un lado la sujeción a veces ciega y torpe a determinadas ideologías y a la simplificación de todos los ejercicios dialécticos mediante la división facilista entre izquierda y derecha.
Ante la complejidad de las realidades sociales, políticas, económicas y culturales de nuestras naciones y nuestros continentes, hoy en día no es posible alcanzar una aproximación sensata a la verdad si no nos despojamos de las contramarcas de izquierda o derecha. Ambos extremos, además, suelen tocarse, tener afinidades que parecen paradójicas, asociarse y asimilarse en no pocos enfoques.
Pero, sobre todo, esa polarización es excluyente, encierra en el todo o nada, descalifica las posiciones independientes y no comprometidas y hace que se diluya la posibilidad de encontrar alternativas diferentes, porque siempre se estará pensando con sujeción a los cánones rígidos de uno de los dos extremos ideológicos.
El estricto e inflexible sometimiento a los dictados ideológicos lleva implícita una inaceptable negación de la libertad. Es una claudicación, una cesión penosa de la independencia crítica, en todo contraria a la que debe ser la auténtica vocación del intelectual, llamado a mantener una distancia inteligente frente al caudal de la realidad.
Dejarse envolver por los hechos puede conducir a un deplorable naufragio y, por supuesto, a la renuncia imperdonable al derecho de opinar de acuerdo con la propia conciencia.
En la tríada de derechos que explica Gloria Álvarez están la vida, la propiedad (física y mental) y la libertad. Por consiguiente, recortar la libertad y hacer concesiones con desmedro de la propiedad mental es algo que puede causar una limitación del derecho a una vida digna.
¿Qué sentido tiene formarse, educarse, leer y estudiar, buscar la interpretación honrada de los acontecimientos y pretender que cambien las circunstancias, si no se defiende el deber de hacer valer los derechos fundamentales (aceptemos que sean los tres enunciados) y sostener una distancia crítica y una independencia tales que nos impulsen a vivir con sentido y con fidelidad inquebrantable a la propia conciencia?
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