domingo, 8 de febrero de 2015

LA HISTORIA NOVELESCA DE
SANTA MARÍA LA ANTIGUA


Por Juan José García Posada

Santa María del Diablo es el título impactante de esta obra de Gustavo Arango Toro, publicada por Ediciones B, lanzada hace algunos días en la Biblioteca Pública Piloto. El autor ha enaltecido las colecciones literarias de la Editorial UPB y, como lo hemos resaltado en muchas ocasiones, es Doctor en Literatura, profesor desde hace años en universidades de los Estados Unidos, periodista y comunicador social egresado de la Bolivariana.

La impresión inicial que el libro me causó fue de sorpresa por el conflicto del título: ¿Cómo así que Santa María y Diablo? En realidad se refiere a la primera ciudad fundada en tierra firme en Colombia, Santa María la Antigua del Darién, hace ya cinco siglos. Ciudad que, de acuerdo con los datos aportados por el mismo autor y basados en estudios antropológicos y crónicas antiguas tuvo, en los pocos años que duró, una población superior a la de Madrid. Por diversas causas, que el escritor expone, la ciudad se extinguió y hoy en día se conservan vestigios, objeto de investigaciones muy reveladoras, como las que hizo en su tiempo el recordado profesor Graciliano Arcila Vélez, fundador, con Paul Rivet, de la ciencia antropológica en Colombia. De Santa María la Antigua, de las costumbres de los aborígenes, del paisaje, la geografía, la flora y la fauna y del protagonismo de conquistadores como el temible Pedrarias Dávila o como Balboa el descubridor del Pacífico, trata Gustavo Arango en este relato a modo de novela, de novela histórica apoyada, en gran parte, en los escritos enjundiosos del fecundo cronista Gonzalo Fernández de Oviedo, autor de la muy extensa, intensa y prolija Historia General y Natural de las Indias.

Santa María del Diablo es un relato novelesco de impecable factura literaria. Tal vez en los primeros tramos de la lectura, a lo mejor porque es inevitable la localización espacio temporal del lector, es decir la contextualización, deja la sensación de una cierta lentitud. Pero va ganando en ritmo, incluso en suspenso, a medida que van avanzando los capítulos y se encuentra una narración inquietante, por los conocimientos que aporta sobre momentos y espacios olvidados en la historia y la geografía, por el tratamiento magistral de las situaciones que van entretejiéndose y recreándose con esa ficción legítima que invocan los periodistas que son cultores de la novela histórica y por la renovación de la vigencia del cronista original, Fernández de Oviedo, a quien no queda duda de que el autor está haciendo un elocuente reconocimiento en este libro.

Fernández de Oviedo tuvo un papel preeminente en el registro si se quiere minucioso del acontecimiento del encuentro de dos mundos, con Bernal Díaz del Castillo, Pedro Cieza de León, Fernández de Piedrahíta, Núñez Cabeza de Vaca y otros cronistas que llegaron a la América en las carabelas de los descubridores. Sin cronistas a bordo, la época de la Conquista habría quedado envuelta en la bruma del tiempo y nada quedaría, para los lectores y estudiosos de hoy, de unos sucesos que partieron en dos la historia. Sin las crónicas sí que se habría aumentado la leyenda negra que muchas personas continúan reeditando en los días actuales para desvirtuar la importancia capital que tuvo la llegada de los españoles a estas tierras, con todo y las barbaridades que algunos de ellos cometieron como feroces combatientes contra guerreros nativos no menos feroces, con el choque de enfermedades que diezmaron la población, pero, sobre todo, con la incorporación de los pueblos aborígenes a la civilización y la cultura occidentales gracias al idioma que ha hecho del orbe panhispánico una patria común, así como también de la religión y de las costumbres y tradiciones.

Este Fernández de Oviedo, quien aporta la fuente principal para la narración de Gustavo Arango, fue un personaje muy notable, más que en su condición de funcionario de la Corona por los merecimientos que acumuló página tras página como relator de lo que veía, oía y sentía paso a paso mientras formaba parte, al comienzo, de la expedición de Pedrarias Dávila, en las funciones de “veedor de la fundición de oro” y escribano real. Observador perspicaz, apuntador de cuanto dato interesante encontraba, notario de cada suceso, retratista de los individuos que iba conociendo, paisajista y explorador de las plantas y los animales, Fernández de Oviedo bien podría exaltarse a la condición de prototipo del periodista viajero, tal vez el primer periodista viajero que pisara el territorio americano. Periodista y novelista. Porque fue también el autor de la que podría ser catalogada como la primera novela escrita en estas latitudes, titulada Don Claribalte, en 1519, que relata asuntos de caballería, como correspondía a aquella época de la historia literaria en lengua española, cuando estaba todavía fresco el Quijote de Cervantes. Entre los libros de Fernández de Oviedo figuran  Batallas y quincuagenas (1550), las Reglas de la vida espiritual y secreta teología (1548), el Tratado general de todas las armas (1551), y el Libro de linajes y armas (1552). Era un hombre culto y no sería desatinado calificarlo como un exponente del humanismo renacentista, con el cual se relacionó en Italia, donde conoció a Leonardo y Miguel Ángel, como para desmentir la versión (otra vez la leyenda negra) según la cual en las carabelas sólo venían indeseables. Fernández de Oviedo estaba familiarizado con Tolomeo, Aristóteles, Plinio, Cicerón, Ovidio, Vitruvio, San Agustín y Petrarca.

Dice en la reseña de este libro, Santa María del Diablo, que “desborda los límites de la imaginación y explica en buena parte lo que ha sido Hispanoamérica desde entonces. Aquí están el deslumbramiento de los europeos con el Nuevo Mundo, el desconcierto y la aniquilación de las poblaciones nativas, la exuberancia de la naturaleza, el encuentro de culturas, las enfermedades de los cuerpos y las almas. El cielo y el infierno se juntaron en esta ciudad que fue escenario de convivencia apacible entre españoles e indios, pero también de intrigas, desafueros y grandes crueldades”. Tal es la invitación a leer esta obra, que ilustra sobre cuestiones fundamentales para conocer y comprender el verdadero sentido de la historia y la geografía, del allá y entonces y los reales orígenes de la sociedad nuestra. 

(Leído en el programa Coloquio de los Libros, por Radio Bolivariana, el sábado 7 de febrero de 2015).

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