LA HISTORIA NOVELESCA DE
SANTA MARÍA LA ANTIGUA
Por Juan José García Posada
Santa María del Diablo es el
título impactante de esta obra de Gustavo Arango Toro, publicada por Ediciones B, lanzada hace algunos días
en la Biblioteca Pública Piloto. El autor ha enaltecido las colecciones
literarias de la Editorial UPB y, como lo hemos resaltado en muchas ocasiones,
es Doctor en Literatura, profesor desde hace años en universidades de los
Estados Unidos, periodista y comunicador social egresado de la Bolivariana.
La impresión inicial que el libro me
causó fue de sorpresa por el conflicto del título: ¿Cómo así que Santa María y
Diablo? En realidad se refiere a la primera ciudad fundada en tierra firme en
Colombia, Santa María la Antigua del Darién, hace ya cinco siglos. Ciudad que,
de acuerdo con los datos aportados por el mismo autor y basados en estudios
antropológicos y crónicas antiguas tuvo, en los pocos años que duró, una
población superior a la de Madrid. Por diversas causas, que el escritor expone,
la ciudad se extinguió y hoy en día se conservan vestigios, objeto de
investigaciones muy reveladoras, como las que hizo en su tiempo el recordado
profesor Graciliano Arcila Vélez, fundador, con Paul Rivet, de la ciencia
antropológica en Colombia. De Santa María la Antigua, de las costumbres de los
aborígenes, del paisaje, la geografía, la flora y la fauna y del protagonismo
de conquistadores como el temible Pedrarias Dávila o como Balboa el descubridor
del Pacífico, trata Gustavo Arango en este relato a modo de novela, de novela
histórica apoyada, en gran parte, en los escritos enjundiosos del fecundo
cronista Gonzalo Fernández de Oviedo, autor de la muy extensa, intensa y
prolija Historia General y Natural de las Indias.
Santa María del Diablo es un
relato novelesco de impecable factura literaria. Tal vez en los primeros tramos
de la lectura, a lo mejor porque es inevitable la localización espacio temporal
del lector, es decir la contextualización, deja la sensación de una cierta
lentitud. Pero va ganando en ritmo, incluso en suspenso, a medida que van
avanzando los capítulos y se encuentra una narración inquietante, por los
conocimientos que aporta sobre momentos y espacios olvidados en la historia y
la geografía, por el tratamiento magistral de las situaciones que van
entretejiéndose y recreándose con esa ficción legítima que invocan los
periodistas que son cultores de la novela histórica y por la renovación de la
vigencia del cronista original, Fernández de Oviedo, a quien no queda duda de
que el autor está haciendo un elocuente reconocimiento en este libro.
Fernández de Oviedo tuvo un papel
preeminente en el registro si se quiere minucioso del acontecimiento del
encuentro de dos mundos, con Bernal Díaz del Castillo, Pedro Cieza de León,
Fernández de Piedrahíta, Núñez Cabeza de Vaca y otros cronistas que llegaron a
la América en las carabelas de los descubridores. Sin cronistas a bordo, la
época de la Conquista habría quedado envuelta en la bruma del tiempo y nada
quedaría, para los lectores y estudiosos de hoy, de unos sucesos que partieron
en dos la historia. Sin las crónicas sí que se habría aumentado la leyenda
negra que muchas personas continúan reeditando en los días actuales para
desvirtuar la importancia capital que tuvo la llegada de los españoles a estas
tierras, con todo y las barbaridades que algunos de ellos cometieron como
feroces combatientes contra guerreros nativos no menos feroces, con el choque
de enfermedades que diezmaron la población, pero, sobre todo, con la
incorporación de los pueblos aborígenes a la civilización y la cultura
occidentales gracias al idioma que ha hecho del orbe panhispánico una patria
común, así como también de la religión y de las costumbres y tradiciones.
Este Fernández de Oviedo, quien aporta
la fuente principal para la narración de Gustavo Arango, fue un personaje muy
notable, más que en su condición de funcionario de la Corona por los
merecimientos que acumuló página tras página como relator de lo que veía, oía y
sentía paso a paso mientras formaba parte, al comienzo, de la expedición de
Pedrarias Dávila, en las funciones de “veedor de la fundición de oro” y
escribano real. Observador perspicaz, apuntador de cuanto dato interesante
encontraba, notario de cada suceso, retratista de los individuos que iba
conociendo, paisajista y explorador de las plantas y los animales, Fernández de
Oviedo bien podría exaltarse a la condición de prototipo del periodista
viajero, tal vez el primer periodista viajero que pisara el territorio
americano. Periodista y novelista. Porque fue también el autor de la que podría
ser catalogada como la primera novela escrita en estas latitudes, titulada Don Claribalte, en 1519, que relata
asuntos de caballería, como correspondía a aquella época de la historia
literaria en lengua española, cuando estaba todavía fresco el Quijote de
Cervantes. Entre los libros de Fernández de Oviedo figuran Batallas y
quincuagenas (1550), las Reglas de la vida espiritual y
secreta teología (1548), el Tratado general de todas las armas (1551),
y el Libro de linajes y armas (1552). Era un hombre culto y no
sería desatinado calificarlo como un exponente del humanismo renacentista, con
el cual se relacionó en Italia, donde conoció a Leonardo y Miguel Ángel, como
para desmentir la versión (otra vez la leyenda negra) según la cual en las
carabelas sólo venían indeseables. Fernández de Oviedo estaba familiarizado con
Tolomeo, Aristóteles, Plinio, Cicerón, Ovidio, Vitruvio, San Agustín y
Petrarca.
Dice en la reseña de este libro, Santa María del Diablo, que “desborda
los límites de la imaginación y explica en buena parte lo que ha sido
Hispanoamérica desde entonces. Aquí están el deslumbramiento de los europeos
con el Nuevo Mundo, el desconcierto y la aniquilación de las poblaciones
nativas, la exuberancia de la naturaleza, el encuentro de culturas, las
enfermedades de los cuerpos y las almas. El cielo y el infierno se juntaron en
esta ciudad que fue escenario de convivencia apacible entre españoles e indios,
pero también de intrigas, desafueros y grandes crueldades”. Tal es la invitación
a leer esta obra, que ilustra sobre cuestiones fundamentales para conocer y
comprender el verdadero sentido de la historia y la geografía, del allá y entonces y los reales orígenes de
la sociedad nuestra.
(Leído en el
programa Coloquio de los Libros, por Radio Bolivariana, el sábado 7 de febrero
de 2015).
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