Por JUAN JOSÉ GARCÍA POSADA
El año
universitario comienza con la enorme expectativa que se ha abierto frente al
programa Ser pilo paga, creado en
buen momento por la nueva Ministra de Educación, mediante el cual se premia con
becas en universidades acreditadas a 10.000 estudiantes que superaron los 310
puntos en las pruebas oficiales y están catalogados en estratos socioeconómicos
del 1 al 3.
Lo más
importante de este programa innovador, por cuya consolidación tienen que hacer
fuerza las instituciones universitarias, el gobierno y los estudiantes,
consiste en que se desvirtúa la vieja falacia de la simetría entre el nivel
económico y el cultural. Hacer de la buena educación una causa común y
comprometerse con la estrategia de estimular a los mejores por sus capacidades
y competencias, es la base de una sociedad incluyente y democrática.
Algunos
comentaristas han preguntado cómo se alistan las universidades para incorporar
a los 10.000 primíparos. Se informa acerca de la adopción de planes de tutoría,
facilitación de recursos, bienestar estudiantil y, sobre todo, aseguramiento de
la permanencia y control de la deserción.
Expongo dos
hipótesis para responder a tales observaciones, con base en la comprobación por
experiencia propia y directa:
Primero, las
universidades que tienen vocación policlasista, acreditación de alta calidad y
organización sólida y confiable ofrecen las mejores garantías de estabilidad y
apoyo a la adaptabilidad de los nuevos alumnos. He estudiado y trabajado a lo
largo de mi vida en establecimientos de educación superior en los cuales la
condición socioeconómica nunca ha sido factor discriminatorio y se ha asegurado
la igualdad de oportunidades. No es ninguna novedad que ahora reciban a unos
alumnos más de niveles 1, 2 y 3, si de tiempo atrás han tenido métodos de
financiación comparables al de Ser pilo paga y si en su espíritu fundacional,
sus propósitos educativos y sus planes de desarrollo está grabado y se cumple
el respeto a la diversidad.
Segundo: Está
demostrado que, salvo situaciones excepcionales, el alto rendimiento en la
secundaria se mantiene constante en el pregrado y el posgrado y en la vida
profesional. El buen estudiante, más todavía si tiene que afrontar retos como
los que ahora se plantean, sigue siéndolo por siempre.
El poder del
saber no puede reservarse a los que tengan el poder de tener. Ahí empieza a
perfilarse una verdadera meritocracia, concordante con la finalidad de ética
social de formar aristocracias del espíritu y la excelencia intelectual. Se
abre una amplia perspectiva para que las oportunidades de acceso a la educación
superior se amplíen, en este país que figura por motivos creíbles como uno de
los menos equitativos del mundo. La llegada de los 10.000 ayuda a conjurar la
mayor pobreza, la peor desgracia: La ignorancia, el quinto jinete apocalíptico.
No hay comentarios:
Publicar un comentario