Por Juan José García Posada
Artículo escrito para el Observatorio de Ética, Política y Sociedad de la UPB, enero de 2015.
Los
límites éticos, en una sociedad inficionada por el relativismo valorativo,
dejan de ser eficaces y se vuelven simbólicos. La libertad no es, en el
concepto clásico, la facultad de hacer todo lo que quiera hacerse, sino lo que
deba hacerse. Es decir que la libertad, para el ser humano dotado de libre
albedrío, pero también de autonomía y criterio de responsabilidad y de
sindéresis, tiene un contenido y una finalidad éticos, debe tender a un bien,
no a un mal, a un beneficio para el individuo y la sociedad y no a un
perjuicio. Así la comprendió Aristóteles en la Ética Nicomaquea y la han
entendido muchos pensadores a lo largo de la historia de las ideas.
Pero hay
también una tendencia a considerar la libertad como un privilegio ilímite, que
puede ejercerse para bien o para mal, despojado de principios y fines éticos.
Esta es la libertad que suele confundirse con el libertinaje y es la que se
pretende aplicarse desde medios periodísticos desaforados, como en el caso de
aquellos que no reconocen ni valoran lo que significa el respeto a los demás, a
las ideas y los valores, a las creencias políticas, religiosas, o de cualquier
índole.
En
relación con el periodismo, donde se sintetizan paradigmas de libertad como los
de expresión y opinión, todos los códigos éticos establecen normas
regulatorias, que fijan límites a la libertad: El respeto a los credos
religiosos está consagrado en códigos muy conocidos, como el de la Unión
Europea. No obstante, esas normas tienen, como sucede ahora, una eficacia
simbólica. Están escritas, sus preceptos son inequívocos, y legitiman el
autocontrol razonable de las decisiones periodísticas, pero al mismo tiempo, en
nombre de las libertades de expresión y de opinión, se admite que el periodista
pueda invocar el derecho a expresarse y opinar sin controles autónomos o
heterónomos, sin que por ello sea sometido a censura previa. Para incurrir en
una infracción debe permitirse que se actúe o se deje de actuar.
En el
caso de Charlie Hebdo, el muy controvertido semanario caricaturesco parisino,
para nuestro modo de pensar y obrar éticos sus publicaciones son insolentes,
retadoras, provocadoras, imprudentes en el amplio sentido del término. Son
inaceptables porque irrespetan creencias religiosas, pero, además, porque
generan reacciones extremistas, integristas o fundamentalistas, que no son las
de todos los que profesan la religión o las religiones ofendidas, sino de
sectores o sectas radicales e irracionales, como la de quienes perpetraron el
asesinato de once periodistas y un policía en París, comparables a las de todos
aquellos que en la actualidad o en el pasado se han sentido con derecho a
eliminar vidas humanas en nombre de su dios o sus dioses.
En
artículo reciente publicado en El Colombiano, escribí, a propósito:
Charlie Hebdo es el símbolo de un tipo de
periodismo retador, insolente, mortificante, pero que tiene que soportarse en
nombre de la libertad, incluso de un concepto desmadrado de libertad, no como
la facultad de hacer lo que debe hacerse, sino, al contrario, de lo que no debe
hacerse. Nada puede justificar el asesinato perpetrado en París por unos
bárbaros brutales. Más todavía: Ese periodismo del semanario humorístico y
crítico, provocador y desafiante, es una representación de la figura histórica
del bufón, individuo de origen griego y romano, tolerado en las cortes
medievales por sus payasadas, sus chistes y burlas, incluso al soberano, porque
su función primordial consiste en decir en público lo que muchísimos súbditos
solo se atreven a hablar en privado.
El bufón ha sido personaje en las artes y las
letras. El Falstaff de Shakespeare y de la comedia lírica de Verdi, los bufones
como Calabacillas y Nicolasito Pertusato retratados por Velázquez, el famoso
Triboulet de Víctor Hugo en El rey se divierte. ¡Si cuentan que hasta Atila, el
más bárbaro de los bárbaros, andaba con su bufón Zerco! Pero ahí está el punto
crítico de ruptura entre civilización y barbarie: Cuando el bárbaro además es
cretino, no puede aguantar las bufonadas y busca al bufón hasta matarlo, como
ha sucedido en el espantoso acontecimiento de Francia, cuna de la libertad y
albergue paradojal, en nombre de la tolerancia, de ángeles de la muerte
resueltos a exterminar en defensa de su presunto credo religioso.
No comparto la idea ni la práctica del irrespeto a
ninguna religión. El irrespeto es el último grito de la moda actual. Ahí comienza el
debilitamiento de la integridad de cualquier sociedad. Pero menos puedo admitir
que al irrespetuoso se le aniquile. Hay que tolerarlo. Hay que dejar que
discurra esa forma no deseable pero real de periodismo. Allá los bufones, si
abusan de la libertad, pero para que puedan ser responsables de abusar hay que
dejar que actúen, sin censura previa. Más vale una prensa desbocada que una
prensa censurada, se ha dicho, así no se ajuste al modelo ético civilizado. Las
normas de ética de la profesión periodística establecen el deber de no
discriminar, de respetar las creencias religiosas. Cito como ejemplo el Código
Deontológico de Estrasburgo, aprobado por la Asamblea Parlamentaria del Consejo
de Europa, desde 1993. En el caso de Charlie Hebdo la regla ética solo ha
tenido eficacia simbólica. Pero no por esto, no por el hecho de que se
irrespete y se vulnere el sentimiento religioso de alguien, por más fanáticos y
extremistas que pueda haber en esa religión, pueden ser legítimas la
eliminación del violador, ni la mordaza. Matar al bufón evidencia la extrema
brutalidad de la barbarie. (Columna Teclado, El Colombiano, 12 de enero
de 2015).
En otros
términos, si nos parecen reprobables las publicaciones de Charlie Hebdo, por lo
que se ha dicho, es decir porque están en abierto desafío a las normas éticas
del periodismo y a quienes convierten en objeto de burlas y caricaturas, así
como tienen que ser reprobables con energía las reacciones criminales y
desproporcionadas de los que eliminaron a los once periodistas que estaban
reunidos en el consejo de redacción del semanario.
Pero
surge entonces otro elemento en el debate y es la protesta casi unánime de los
llamados líderes mundiales, con la multitudinaria manifestación realizada en
París, que, a mi modo de ver, no fue en ningún momento de rechazo contra el
irrespeto a los credos religiosos sino sólo de condena a la matanza. Fue una
demostración muy elocuente en defensa del valor de la libertad, en la cuna
de la Ilustración. Pero al mismo tiempo dejó la sensación de que se
amparaba una corriente de laicismo radical y se ignoraba el significado
profundo y trascendental de la religión como factor constitutivo de la misma
civilización cuyos principios y valores se pretende salvaguardar: La
civilización occidental tiene en la religión una fuente primordial y por
consiguiente en nombre de la racionalidad ilustrada es una equivocación
abstenerse de defender el respeto a la religión y las religiones como condición
necesaria para que la libertad se usufructúe con criterio ético.
Es
repudiable, por supuesto, que se elimine al bufón, representado en la
publicación humorística. Pero esto no puede equivaler a aplaudir todo lo que
diga o haga el bufón, todas sus temeridades en nombre de una mal entendida
libertad. Lo que hace a los hombres civilizados parecidos a los bárbaros es,
como lo afirma Tzvetan Todorov en El miedo a los bárbaros(libro
cuya lectura estoy recomendando), el hecho de reaccionar contra la barbarie con
instrumentos y argumentos que entran en conflicto con las bases de la
civilización. Esta obra ha sido calificada de réplica a la de Huntington, El
choque de civilizaciones. Todorov sostiene, en gran síntesis, que el miedo
a los bárbaros es lo que nos hace bárbaros. Es precisamente al temer la
sinrazón de los otros cuando nos hacemos otros para nosotros mismos, y acabamos
convirtiéndonos en aquellos bárbaros que tanto temíamos.
Más
todavía: Está muy bien defender la libertad, pero si la libertad no reconoce el
respeto a la diferencia, al derecho de otros a creer y pensar distinto, es
imposible defender también la fraternidad y la igualdad, principios esenciales
de la racionalidad ilustrada en cuyo nombre se protesta contra la barbarie.
¿Qué fraternidad puede haber en una sociedad en la cual se ridiculiza, se
caricaturiza, se insulta al que piensa y cree distinto? ¿Qué igualdad habrá
donde se abuse de las ventajas que da el uso de medios de comunicación para
imponer el predominio de juicios de valor descalificatorios y opiniones
exclusivas y excluyentes? La libertad sin respeto es fuente de discordia y
negación de la convivencia.