jueves, 7 de febrero de 2019

BETANCUR, EL HUMANISTA UNIVERSITARIO


Por Juan José García Posada

En el homenaje póstumo de la Universidad Pontificia Bolivariana a Belisario Betancur, el día 4 de febrero de 2019, aula magna de la UPB.


Cuando Belisario Betancur concluyó que el homo sapiens se extravió en América Latina dejó clara constancia de su vocación de resistencia como intelectual a las desviaciones de la política. El humanista formado en las disciplinas del espíritu y criado por las circunstancias adversas en la vida sencilla y austera, no podía congeniar, a pesar de la tentación del poder, con el cortoplacismo transaccional ni con las veleidades de la clase de los políticos.

Betancur personificó al escritor y al lector de todas las horas, al apasionado de las bellas artes, al propagador del pensamiento mediante los libros en ejercicio magistral de su condición de editor. Sus afinidades con el poder las aceptó con la condición ineludible de equipararlo al servicio de la transformación de la sociedad y convertirlo en instrumento de pedagogía para la convivencia ciudadana, la controversia civilizada y la construcción de la paz. Para él carecía de sentido la política despojada de contenido ético y de actitud autocrítica severa. Su devoción por el humanismo en las facetas más diversas la practicó, al infundírsela a su carácter de estadista, en una tensión continua, en una suerte de agonía unamuniana. Presentía, y se cumplió su intuición, que el arte de gobernar al final resultaría incompatible con el de predicar, enseñar y actuar en el día a día desde el universo de las ideas, las letras y las artes. Desde su universo de pensador, escritor y amigo de los cultores de las dedicaciones artísticas.

Su estructura moral e intelectual, adquirida en las dificultades de la infancia campesina que le marcaron el sello del estoicismo senequista y quijotesco, la fortaleció en las fuentes primordiales de cultura, la universidad y el periodismo. En la Bolivariana y a la luz del carisma fundacional de nuestra corporación universitaria inspirado en el humanismo cristiano (el Espíritu Bolivariano que redactó el primer Rector, Monseñor Sierra) afirmó su talante discursivo y su simpatía por una ética dialogal basada en la difícil aceptación del método de aproximación de los contrarios y sus diferencias, que más tarde pretendió convertir en proyecto de Estado. Y desde el grupo de juveniles prosistas y divulgadores en el que participó en El Colombiano y el naciente suplemento Generación, con la tutoría de Fernando Gómez Martínez y la coautoría de Otto Morales Benítez, su cordialísimo colega y antagonista político, y con Jaime Sanín Echeverri, Miguel Arbeláez Sarmiento y Rodrigo Arenas Betancur, estableció la relación entre los lectores de su tiempo y las corrientes que influían en la configuración del pensamiento moderno. Universidad y periodismo, dos entornos en los que Betancur conjugó los elementos necesarios para la constitución del humanista, del lector infatigable en busca de la verdad y las verdades de los libros y las noticias y columnas de opinión y ensayos, las discusiones académicas alentadas por maestros de filosofía, literatura, historia y derecho, del intelectual dotado de consistente basamento cultural, que deberían ser consustanciales al buen político dedicado a realizar la idea de bien común por encima de diferencias e intereses de categoría inferior.

La humanidad y las humanidades formaban la materia primordial del ideario de Betancur. Sin ellas le habría sido inconcebible la política. Sin la teoría no le habría sido aceptable la práctica. Fue a partir de la universidad y el periodismo como se acendró su carácter de intelectual. Desde Sócrates hasta Séneca y hasta los mentores del sistema occidental de educación superior en Bolonia, París y Salamanca hace ochocientos años, la universidad ha tenido como finalidad ética ser la casa común de una comunidad de personas que, tal como lo defiende Martha Nussbaum en El cultivo de la humanidad, desarrollen el pensamiento crítico, busquen la verdad más allá de las barreras de clase, género y nacionalidad y respeten la diversidad y el modo de ser y de pensar de los otros. Betancur encarnaba esos principios básicos que hizo propios en la universidad y el periodismo como fuentes de su espíritu conviviente, de su confiable vocación dialógica y de su inflexible defensa de la diferencia sin engañarse en la sustentación de un concepto sofístico de igualdad. De ahí que afirmara que “sólo el sentido de la autocrítica, por tradición ausente en la región (en América Latina), le puede permitir recuperar el sendero extraviado por marchar en pos de falsas ideologías”.

Al apropiarse de esa visión racional y axiológica, Betancur hizo de la reflexión filosófica una actividad rutinaria. Lo asocio con la recomendación de Pierre Hadot, el defensor de la llamada utilidad de lo inútil y de la cultura subestimada por el utilitarismo, en su luminoso libro de Ejercicios espirituales y filosofía antigua, apoyado en estos consejos de Georges Friedman en Poder y sabiduría: “¡Emprender el vuelo cada día! Al menos durante un momento, por breve que sea, mientras resulte intenso. Cada día debe practicarse un -ejercicio espiritual» -solo o en compañía de alguien que, por su parte, aspire a mejorar-. Ejercicios espirituales. Escapar del tiempo. Esforzarse por despojarse de sus pasiones, de sus vanidades, del prurito ruidoso que rodea al propio nombre (y que de cuando en cuando escuece como una enfermedad crónica). Huir de la maledicencia. Liberarse de toda pena u odio. Amar a todos los hombres libres. Eternizarnos al tiempo que nos dejamos atrás”. Tal es la experiencia que se vive cuando se establece mediante la lectura el diálogo con los interlocutores antepasados en el discurrir de la historia del pensamiento, diálogo como forma de vida que se proyecta a los próximos y contemporáneos.

¿Y por qué Belisario Betancur se sentía tan a gusto, más a gusto, en el entorno académico y en medio de la clase intelectual, entre los lectores exigentes, los apasionados por las ideas, las letras y las artes, los buscadores de verdad y sentido, los estudiosos de los antecesores en la historia del pensamiento y en cambio, en actitud que fue haciéndose en él más ostensible al compás de los años y tal vez de los desengaños, rehuía los temas y personajes anclados en la política habitual, degradada por la fuerza arrasadora de las malas costumbres, envilecida por el aferramiento visceral a los queridos viejos odios nacionales? Tal pregunta motiva una respuesta obvia, incontrastable: Porque ahí identificaba su hábitat. En los coloquios y tertulias y los encuentros con profesores, estudiantes, periodistas e intelectuales disfrutaba a sus anchas en su disciplinado cultivo habitual de la humanidad. Varias veces, cuando aquí en esta misma aula magna y en otros auditorios de la Universidad nos alistábamos para escucharlo como se escucha a un sabio maestro, para presenciar los espectáculos de esgrima verbal con su dilecto y amigable contradictor Otto Morales Benítez, anteponía la condición de que se eludieran las cuestiones de política de campanario para, mejor, afrontar el tratamiento unas veces serio y otras anecdótico y hasta jocoso de asuntos atemporales como la ética de Cervantes y sus discursos y consejos a Sancho, la mística arrobadora de Teresa de Ávila, la versatilidad de la poesía de Pombo, la presencia de lo regional universal en Carrasquilla o la conmoción sentimental que ocasionaba María, de Isaacs. En no pocas ocasiones me distinguió el expresidente con la aceptación de que moderara los coloquios que organizamos durante tres lustros en nuestro programa ¡Vive el Español! para el fomento del buen decir, el buen leer y el buen escribir aquí en la Universidad. No parecía fácil ajustar el uso del tiempo con el protagonista de semejante espectáculo de la inteligencia, aunque más de una vez guardó su texto escrito para publicarlo más tarde y prefirió improvisar su intervención, cauto como era en el acatamiento de las reglas generales, porque no se arrogaba ningún privilegio que pudiera restringirles el uso de la palabra a los demás conferenciantes.

Su crítica a la clase política la reiteró en diversos momentos y escenarios. En las campañas presidenciales, la primera de ellas con el respaldo de la Democracia Cristiana, hermosa utopía tan lejana como la distancia sideral que separa la teoría de la práctica, o al humanista y estadista del político inmediatista, explanó ideas que reafirmó en 1990 en la obra citada al comienzo, El homo sapiens se extravió en América Latina: “Por activa o por pasiva, los partidos políticos tradicionales de América Latina tienen la principal cuota de responsabilidad en ese proceso decadente. Por lo mismo, algunos de ellos desaparecieron y otros agonizan en la indecisión de rectificaciones que no llegan a adoptarse. Muchas de las nuevas opciones políticas que se ofrecieron a partir de los años sesenta terminaron encasilladas en los vicios que querían corregir”.

El pensamiento crítico lo aplicó Betancur en el examen de las realidades colombianas y regionales. Los ensayos que publicó dan testimonio de esa condición distintiva del intelectual que no se engaña ni engaña con espejismos. Su Declaración de amor, del modo de ser antioqueño, es un ejemplo elocuente de la trascendencia que le atribuía a nuestro departamento, sin exageraciones paisas cercanas a la caricatura, al tiempo que de la visión realista del pasado, el presente y el porvenir de esta región. En 1973, en un foro realizado en Quirama, concluía así, con una defensa de la joven inteligencia, la ponencia titulada Antioquia en busca de sí misma: “Y finalmente, una insistencia en la importancia de estimular y proteger, por todos los medios al alcance, el papel de la joven inteligencia antioqueña: De sus escritores, de sus pensadores, de sus investigadores, de sus artistas, de todos los que manejan la materia prima de las emociones y de las ideas. Porque si en alguna parte del país estas capas intelectuales están centradas en su ambiente y trabajan con materiales de la realidad, es en Antioquia: Donde la cultura siempre ha tenido vocación por la vida cotidiana y por los problemas dentro de los cuales la gente se debate. Y que, por eso, se mueve también dentro de un público receptivo, ansioso de asimilar los productos de su laboratorio mental. Esas vanguardias independientes pueden procesar y elaborar muy útiles orientaciones y aconsejar derrotero, en una época fluida y cambiante, que quiere una gran rapidez de maniobra si no se quiere quedarse atrás o ir a la zaga, a merced de tardías rectificaciones. Antioquia los necesita, para estar constantemente preguntándoles por su futuro. Ellos representan una preciosa oportunidad para controlar la marcha según los dictados de una democracia efectiva”. Juicio crítico, optimismo realista, confianza en la verdadera antioqueñidad, visión futurista y una dosis razonable de pragmatismo, elementos característicos de ese y los demás mensajes de Betancur a la clase intelectual universitaria que ha forjado la cultura de lo regional universal.

Belisario Betancur encarnó en el país y la época nuestros el Mito del Rey Filósofo del idealismo platónico. Tesis y figura malogradas a lo largo de la historia del pensamiento y de la vida de las naciones, sobre todo en naciones que desdeñan y minusvaloran el humanismo y subordinan la cultura. Momentos excepcionales sí los ha habido, para confirmar la norma histórica de la costumbre, en las presencias de Pericles y su siglo de la inteligencia, de Alfonso Décimo el Sabio y la vigorización del español y las artes y letras desde la Escuela de Traductores de Toledo y de otros protagonistas estelares del humanismo con firmes convicciones éticas en el gobierno. No le faltó razón a García Márquez cuando sentenció que “Belisario no fue en realidad un gobernante que amaba la poesía, sino un poeta a quien el destino le impuso la penitencia del poder”. A propósito, podría hacerse un estudio paralelo entre Betancur y el escritor, ensayista y dramaturgo checo Vaclav Havel, el mismo autor de El poder de los sin poder, promotor de la Revolución de Terciopelo y la Carta de los 77 intelectuales por la libertad y la democracia, último Presidente de Checoeslovaquia y primero de la República Checa. Las ideas de Havel sobre la sociedad y la democracia, el totalitarismo y la transformación de la política y la esperanza puesta en el cambio del estado de cosas, reposan en sus obras. Havel creía que “las palabras son capaces de sacudir toda la estructura del gobierno y pueden ser más poderosas que diez divisiones militares”. Y sostenía en términos ideales, del deber ser, que “A menos que haya una revolución universal en la esfera de la conciencia del hombre, nada mejorará nuestra existencia humana, y la catástrofe a la que se encamina este mundo será ineludible”.

Betancur personificó al intelectual, al humanista universitario, que también ambicionaba una revolución universal de la conciencia del hombre. Predicó y se propuso convertir en finalidad primordial del poder y la política el espíritu de tolerancia, el respeto a la diferencia, la vocación por el diálogo entre los opuestos. Las preguntas continuarán en órbita interminable: ¿En definitiva no son compatibles el humanista y el político, la teoría y la práctica, el deber ser y la realidad en la política? Lo dijo el mismo expresidente y abogado bolivariano en frases que justifican su conclusión de que el homo sapiens se extravió en América Latina: “El dogmatismo ideológico, de izquierda o de derecha, repitió los errores del pasado, a pesar de que el inolvidable líder laborista Harold Laski advirtió con décadas de anticipación que en los dominios de la política no hay fe posible sin un alto margen de duda”. ¡En los dominios de la política no hay fe posible sin un alto margen de duda! Esa fe no se extingue mientras sigan avivándola el humanismo y los portadores del pensamiento universitario.