Por Juan José García Posada
En el homenaje póstumo de la
Universidad Pontificia Bolivariana a Belisario Betancur, el día 4 de febrero de
2019, aula magna de la UPB.
Cuando
Belisario Betancur concluyó que el homo sapiens se extravió en América Latina
dejó clara constancia de su vocación de resistencia como intelectual a las
desviaciones de la política. El humanista formado en las disciplinas del
espíritu y criado por las circunstancias adversas en la vida sencilla y
austera, no podía congeniar, a pesar de la tentación del poder, con el cortoplacismo
transaccional ni con las veleidades de la clase de los políticos.
Betancur
personificó al escritor y al lector de todas las horas, al apasionado de las
bellas artes, al propagador del pensamiento mediante los libros en ejercicio
magistral de su condición de editor. Sus afinidades con el poder las aceptó con
la condición ineludible de equipararlo al servicio de la transformación de la
sociedad y convertirlo en instrumento de pedagogía para la convivencia
ciudadana, la controversia civilizada y la construcción de la paz. Para él
carecía de sentido la política despojada de contenido ético y de actitud
autocrítica severa. Su devoción por el humanismo en las facetas más diversas la
practicó, al infundírsela a su carácter de estadista, en una tensión continua,
en una suerte de agonía unamuniana. Presentía, y se cumplió su intuición, que
el arte de gobernar al final resultaría incompatible con el de predicar,
enseñar y actuar en el día a día desde el universo de las ideas, las letras y
las artes. Desde su universo de pensador, escritor y amigo de los cultores de
las dedicaciones artísticas.
Su
estructura moral e intelectual, adquirida en las dificultades de la infancia
campesina que le marcaron el sello del estoicismo senequista y quijotesco, la
fortaleció en las fuentes primordiales de cultura, la universidad y el
periodismo. En la Bolivariana y a la luz del carisma fundacional de nuestra
corporación universitaria inspirado en el humanismo cristiano (el Espíritu
Bolivariano que redactó el primer Rector, Monseñor Sierra) afirmó su talante
discursivo y su simpatía por una ética dialogal basada en la difícil aceptación
del método de aproximación de los contrarios y sus diferencias, que más tarde
pretendió convertir en proyecto de Estado. Y desde el grupo de juveniles
prosistas y divulgadores en el que participó en El Colombiano y el naciente
suplemento Generación, con la tutoría de Fernando Gómez Martínez y la coautoría
de Otto Morales Benítez, su cordialísimo colega y antagonista político, y con
Jaime Sanín Echeverri, Miguel Arbeláez Sarmiento y Rodrigo Arenas Betancur,
estableció la relación entre los lectores de su tiempo y las corrientes que
influían en la configuración del pensamiento moderno. Universidad y periodismo,
dos entornos en los que Betancur conjugó los elementos necesarios para la
constitución del humanista, del lector infatigable en busca de la verdad y las
verdades de los libros y las noticias y columnas de opinión y ensayos, las
discusiones académicas alentadas por maestros de filosofía, literatura,
historia y derecho, del intelectual dotado de consistente basamento cultural,
que deberían ser consustanciales al buen político dedicado a realizar la idea
de bien común por encima de diferencias e intereses de categoría inferior.
La
humanidad y las humanidades formaban la materia primordial del ideario de
Betancur. Sin ellas le habría sido inconcebible la política. Sin la teoría no
le habría sido aceptable la práctica. Fue a partir de la universidad y el
periodismo como se acendró su carácter de intelectual. Desde Sócrates hasta
Séneca y hasta los mentores del sistema occidental de educación superior en
Bolonia, París y Salamanca hace ochocientos años, la universidad ha tenido como
finalidad ética ser la casa común de una comunidad de personas que, tal como lo
defiende Martha Nussbaum en El cultivo de
la humanidad, desarrollen el pensamiento crítico, busquen la verdad más
allá de las barreras de clase, género y nacionalidad y respeten la diversidad y
el modo de ser y de pensar de los otros. Betancur encarnaba esos principios
básicos que hizo propios en la universidad y el periodismo como fuentes de su
espíritu conviviente, de su confiable vocación dialógica y de su inflexible
defensa de la diferencia sin engañarse en la sustentación de un concepto
sofístico de igualdad. De ahí que afirmara que “sólo el sentido de la autocrítica, por tradición ausente en la región
(en América Latina), le puede permitir recuperar el sendero extraviado por
marchar en pos de falsas ideologías”.
Al
apropiarse de esa visión racional y axiológica, Betancur hizo de la reflexión
filosófica una actividad rutinaria. Lo asocio con la recomendación de Pierre
Hadot, el defensor de la llamada utilidad
de lo inútil y de la cultura subestimada por el utilitarismo, en su
luminoso libro de Ejercicios espirituales
y filosofía antigua, apoyado en estos consejos de Georges Friedman en Poder y sabiduría: “¡Emprender el vuelo
cada día! Al menos durante un momento, por breve que sea, mientras resulte
intenso. Cada día debe practicarse un -ejercicio espiritual» -solo o en
compañía de alguien que, por su parte, aspire a mejorar-. Ejercicios
espirituales. Escapar del tiempo. Esforzarse por despojarse de sus pasiones, de
sus vanidades, del prurito ruidoso que rodea al propio nombre (y que de cuando
en cuando escuece como una enfermedad crónica). Huir de la maledicencia.
Liberarse de toda pena u odio. Amar a todos los hombres libres. Eternizarnos al
tiempo que nos dejamos atrás”. Tal es la experiencia que se vive cuando se
establece mediante la lectura el diálogo con los interlocutores antepasados en
el discurrir de la historia del pensamiento, diálogo como forma de vida que se
proyecta a los próximos y contemporáneos.
¿Y
por qué Belisario Betancur se sentía tan a gusto, más a gusto, en el entorno
académico y en medio de la clase intelectual, entre los lectores exigentes, los
apasionados por las ideas, las letras y las artes, los buscadores de verdad y
sentido, los estudiosos de los antecesores en la historia del pensamiento y en
cambio, en actitud que fue haciéndose en él más ostensible al compás de los
años y tal vez de los desengaños, rehuía los temas y personajes anclados en la
política habitual, degradada por la fuerza arrasadora de las malas costumbres,
envilecida por el aferramiento visceral a los queridos viejos odios nacionales? Tal pregunta motiva una respuesta
obvia, incontrastable: Porque ahí identificaba su hábitat. En los coloquios y
tertulias y los encuentros con profesores, estudiantes, periodistas e
intelectuales disfrutaba a sus anchas en su disciplinado cultivo habitual de la
humanidad. Varias veces, cuando aquí en esta misma aula magna y en otros
auditorios de la Universidad nos alistábamos para escucharlo como se escucha a
un sabio maestro, para presenciar los espectáculos de esgrima verbal con su
dilecto y amigable contradictor Otto Morales Benítez, anteponía la condición de
que se eludieran las cuestiones de política de campanario para, mejor, afrontar
el tratamiento unas veces serio y otras anecdótico y hasta jocoso de asuntos
atemporales como la ética de Cervantes y sus discursos y consejos a Sancho, la
mística arrobadora de Teresa de Ávila, la versatilidad de la poesía de Pombo,
la presencia de lo regional universal en Carrasquilla o la conmoción
sentimental que ocasionaba María, de Isaacs. En no pocas ocasiones me
distinguió el expresidente con la aceptación de que moderara los coloquios que
organizamos durante tres lustros en nuestro programa ¡Vive el Español! para el
fomento del buen decir, el buen leer y el buen escribir aquí en la Universidad.
No parecía fácil ajustar el uso del tiempo con el protagonista de semejante
espectáculo de la inteligencia, aunque más de una vez guardó su texto escrito
para publicarlo más tarde y prefirió improvisar su intervención, cauto como era
en el acatamiento de las reglas generales, porque no se arrogaba ningún
privilegio que pudiera restringirles el uso de la palabra a los demás
conferenciantes.
Su
crítica a la clase política la reiteró en diversos momentos y escenarios. En
las campañas presidenciales, la primera de ellas con el respaldo de la
Democracia Cristiana, hermosa utopía tan lejana como la distancia sideral que
separa la teoría de la práctica, o al humanista y estadista del político
inmediatista, explanó ideas que reafirmó en 1990 en la obra citada al comienzo,
El homo sapiens se extravió en América
Latina: “Por activa o por pasiva, los
partidos políticos tradicionales de América Latina tienen la principal cuota de
responsabilidad en ese proceso decadente. Por lo mismo, algunos de ellos
desaparecieron y otros agonizan en la indecisión de rectificaciones que no
llegan a adoptarse. Muchas de las nuevas opciones políticas que se ofrecieron a
partir de los años sesenta terminaron encasilladas en los vicios que querían
corregir”.
El
pensamiento crítico lo aplicó Betancur en el examen de las realidades
colombianas y regionales. Los ensayos que publicó dan testimonio de esa
condición distintiva del intelectual que no se engaña ni engaña con espejismos.
Su Declaración de amor, del modo de ser
antioqueño, es un ejemplo elocuente de la trascendencia que le atribuía a
nuestro departamento, sin exageraciones paisas cercanas a la caricatura, al
tiempo que de la visión realista del pasado, el presente y el porvenir de esta
región. En 1973, en un foro realizado en Quirama, concluía así, con una defensa
de la joven inteligencia, la ponencia titulada Antioquia en busca de sí misma: “Y finalmente, una insistencia en
la importancia de estimular y proteger, por todos los medios al alcance, el
papel de la joven inteligencia antioqueña: De sus escritores, de sus
pensadores, de sus investigadores, de sus artistas, de todos los que manejan la
materia prima de las emociones y de las ideas. Porque si en alguna parte del
país estas capas intelectuales están centradas en su ambiente y trabajan con
materiales de la realidad, es en Antioquia: Donde la cultura siempre ha tenido
vocación por la vida cotidiana y por los problemas dentro de los cuales la
gente se debate. Y que, por eso, se mueve también dentro de un público
receptivo, ansioso de asimilar los productos de su laboratorio mental. Esas
vanguardias independientes pueden procesar y elaborar muy útiles orientaciones
y aconsejar derrotero, en una época fluida y cambiante, que quiere una gran
rapidez de maniobra si no se quiere quedarse atrás o ir a la zaga, a merced de
tardías rectificaciones. Antioquia los necesita, para estar constantemente
preguntándoles por su futuro. Ellos representan una preciosa oportunidad para
controlar la marcha según los dictados de una democracia efectiva”. Juicio
crítico, optimismo realista, confianza en la verdadera antioqueñidad, visión
futurista y una dosis razonable de pragmatismo, elementos característicos de
ese y los demás mensajes de Betancur a la clase intelectual universitaria que
ha forjado la cultura de lo regional universal.
Belisario
Betancur encarnó en el país y la época nuestros el Mito del Rey Filósofo del
idealismo platónico. Tesis y figura malogradas a lo largo de la historia del
pensamiento y de la vida de las naciones, sobre todo en naciones que desdeñan y
minusvaloran el humanismo y subordinan la cultura. Momentos excepcionales sí
los ha habido, para confirmar la norma histórica de la
costumbre, en las presencias de Pericles y su siglo de la inteligencia, de
Alfonso Décimo el Sabio y la vigorización del español y las artes y letras
desde la Escuela de Traductores de Toledo y de otros protagonistas estelares
del humanismo con firmes convicciones éticas en el gobierno. No le faltó razón
a García Márquez cuando sentenció que “Belisario
no fue en realidad un gobernante que amaba la poesía, sino un poeta a quien el
destino le impuso la penitencia del poder”. A propósito, podría hacerse
un estudio paralelo entre Betancur y el escritor, ensayista y dramaturgo checo
Vaclav Havel, el mismo autor de El poder
de los sin poder, promotor de la Revolución de Terciopelo y la Carta de los
77 intelectuales por la libertad y la democracia, último Presidente de
Checoeslovaquia y primero de la República Checa. Las ideas de Havel sobre la
sociedad y la democracia, el totalitarismo y la transformación de la política y
la esperanza puesta en el cambio del estado de cosas, reposan en sus obras.
Havel creía que “las palabras son
capaces de sacudir toda la estructura del gobierno y pueden ser más poderosas
que diez divisiones militares”. Y sostenía en términos ideales, del
deber ser, que “A menos que
haya una revolución universal en la esfera de la conciencia del hombre, nada
mejorará nuestra existencia humana, y la catástrofe a la que se encamina este
mundo será ineludible”.
Betancur personificó al intelectual, al
humanista universitario, que también ambicionaba una revolución universal de la
conciencia del hombre. Predicó y se propuso convertir en finalidad primordial
del poder y la política el espíritu de tolerancia, el respeto a la diferencia,
la vocación por el diálogo entre los opuestos. Las preguntas continuarán en
órbita interminable: ¿En definitiva no son compatibles el humanista y el
político, la teoría y la práctica, el deber ser y la realidad en la política?
Lo dijo el mismo expresidente y abogado bolivariano en frases que justifican su
conclusión de que el homo sapiens se extravió en América Latina: “El dogmatismo ideológico, de
izquierda o de derecha, repitió los errores del pasado, a pesar de que el
inolvidable líder laborista Harold Laski advirtió con décadas de anticipación
que en los dominios de la política no hay fe posible sin un alto margen de duda”.
¡En los dominios de la política no hay fe posible sin un alto margen de duda!
Esa fe no se extingue mientras sigan avivándola el humanismo y los portadores
del pensamiento universitario.