Un siglo de la obra de John Reed
EL TESTIMONIO PERIODÍSTICO
DE LA REVOLUCIÓN DE OCTUBRE
Por JUAN JOSÉ GARCÍA POSADA
(Artículo publicado en el periódico EL QUINDIANO, de Armenia. Versión de la exposición en la tertulia del miércoles 25 de octubre y en el programa radial Coloquio de los Libros).
John Reed y su obra principal, Diez
días que conmovieron al mundo, forman un capítulo esencial de la historia
del periodismo, pese a que tanto el personaje como su libro han pasado al
olvido incluso en el entorno de la cultura profesional. Hace medio siglo había
tal vez un interés mayor por el conocimiento de los forjadores de la disciplina
periodística, todavía incipiente a comienzos del Siglo Veinte, gracias a la
vocación intensa, la consagración a narrar e interpretar la realidad a su
alcance con fidelidad a los hechos y la demostración de que para ellos no era
ningún descubrimiento que historia, literatura y periodismo constituyeran
dedicaciones complementarias.
Esa es una de las cualidades de la obra de John Reed, no sólo de la que
relata y explica los acontecimientos previos y culminantes de la Revolución bolchevique,
sino de su profundización en la Revolución mexicana en México insurgente.
Otros calificarán (o descalificarán) a este colega estadinense por su
militancia socialista desde la época en que estudiaba en la Universidad de
Harvard y formaba parte de cofradías dedicadas al estudio y la acción en el
campo de la rebeldía ideológica. Reed pasó por el anarquismo y el comunismo y
el espíritu libertario.
Algunos más concentrarán su atención en el señalamiento de Reed como un
propagandista. Y no faltarán los juicios descalificatorios debidos a las
simpatías o las antipatías con el periodista que le declaró su confianza y su
adhesión a Pancho Villa o no ocultó su afinidad con Lenin y otros protagonistas
de la causa revolucionaria que, si se les diera la razón a los mencheviques y
los socialdemócratas de aquella época, habría establecido la alternancia en el
poder entre dos despotismos paralelos, el zarista y el stalinista.
En El Mundo, de Madrid, Manuel
Hidalgo comenta la aparición de una edición conmemorativa de la obra de Reed y
subraya la profesionalidad del reportero: “La confesión de Reed le honra:
no fue neutral en la lucha, dice, pero intentó consignar la verdad. Lo lograra
o no -las opiniones divergen-, lo que nadie discute es que Reed se comportó
como un gran reportero, estuvo en primera línea, asistió a hechos decisivos,
habló con líderes y con gente corriente, aportó muchos datos y, en fin,
reprodujo de forma indeleble y minuciosa el ambiente en el que transcurrieron
los acontecimientos. Otros periodistas, incluyendo a amigos -Albert Rhys
Williams- y a su propia esposa -Louise Bryant-, de su mismo ideario, también
escribieron libros sobre los mismos sucesos, pero es el suyo el que ha adquirido la condición de
clásico imprescindible”.
Lo más importante, lo que en realidad vale la pena estudiar y comprender
en la producción intelectual de este reportero, cronista e historiador, mucho
más que su ideología y su activismo y las anécdotas consiguientes, más también,
claro está, que la recomendación de Lenin “desde el fondo de mi corazón” en el
prólogo a la edición norteamericana, es la aportación efectiva desde el trabajo
diario como corresponsal de guerra y de conflictos, como enviado especial
(acompañado de su mujer, la escritora Louise Bryant), a la configuración de los
elementos constitutivos del periodismo moderno:
1) El seguimiento constante de los hechos en su secuencia de
antecedentes, situación actual y consecuencias y en el sitio de los
acontecimientos. 2) La exhaustividad con afán investigativo en las pesquisas
dirigidas a obtener una documentación fiable y tan completa como lo permitieran
las circunstancias. 3) La preponderancia del criterio informativo sobre las
simpatías, la filiación o la militancia ideológicas y políticas. 4) El
tratamiento de la actualidad en sus tres ritmos de diaria, contemporánea e
histórica, en un momento en que apenas se insinuaba la carrera por la primicia.
5) El uso de un estilo claro, preciso, directo y sin ambigüedades. 6) La
conciencia de la naturaleza histórica y literaria del periodismo.
Esas
son las bases sobre las cuales he leído y comprendido esta obra de John Reed. Son
esos elementos los que acreditan la importancia capital del libro para los
estudiosos del periodismo. Cuando en las facultades de comunicación social se
retome la asignatura de historia de la profesión, Diez días que conmovieron al mundo deberá ser una unidad
significativa en tal curso. Lo demás es lo de menos. De ningún modo puede
catalogarse como un escrito panfletario, proselitista o propagandístico. Pero
tampoco es una novela o una obra de ficción, aunque es obvio que, en virtud de
las destrezas literarias del autor, sean inevitables las figuras, los giros,
las elaboraciones metafóricas propias del género novelesco.
¿Qué
tal el vuelo literario y estético de esta descripción? “El camino de la
izquierda, por el cual se habían batido en retirada los supervivientes cosacos,
conducía, remontando una pequeña colina, a un pueblecillo desde donde se
alcanzaba una vista grandiosa de la inmensa llanura, gris como un mar sin
viento y dominada por el amontonamiento tumultuoso de las nubes, y de la ciudad
imperial, que esparcía sus millares de seres humanos por todas las carreteras.
Al fondo, hacia la izquierda, se encontraban la pequeña colina de Krásnoye
Selo, el campo por el que en otros días desfilaban los soldados del campamento
de verano de la Guardia y donde se extendía la granja imperial. Nada rompía la
monotonía de la llanura, aparte de algunos monasterios y conventos cercados de
murallas, unas cuantas fábricas aisladas y algunas construcciones grandes
rodeadas de terrenos baldíos, destinadas a asilos y orfelinatos”.
Es
natural, incluso en el trabajo periodístico narrativo e informativo más
exigente, el uso legítimo y ponderado de la ficción para reconstruir escenas,
situaciones o episodios en los cuales el autor deba aplicar su capacidad
imaginativa para enfatizar en el realismo y si se quiere el patetismo de la
obra, sin perjuicio de la sujeción a los hechos.
Desde
el prefacio escrito por él mismo pueden captarse el porqué y los alcances y
límites de Diez días que conmovieron al
mundo. Esta advertencia puede ser suficiente para dejar constancia de la
honradez intelectual con que asumió John Reed sus funciones periodísticas hasta
su final, víctima de tifo, en Rusia (a donde volvió después de afrontar
críticas y acusaciones de espionaje en Estados Unidos), cuando apenas tenía 32
años: “Durante la lucha, mis
sentimientos no fueron neutrales. Pero al contar la historia de aquellos
días heroicos, he intentado mirar los hechos con los ojos de un reportero
concienzudo e interesado en consignar la verdad”.